lunes, 10 de septiembre de 2012

LIMOSNERA DE AMOR




 -Buenos días Lupita ¿Cómo está usted?
Guadalupe volteo inmediatamente, el rostro se le iluminó al ver a Rubén parado desde la cerca.
-Buenos días Rubén, aquí dándole de comer a mis pollos ¿ya te vas a tu parcela?
-Ya, hay que trabajar, ya ve usted como está la situación.
-Aja, ¿Cómo están tus hijos?
-Ya casi ni los veo, solo al mayor que le regale la casa de material, a los demás ni sus luces, ya ve que algunos se fueron pal otro lado y ni una llamada hacen, pero es su vida, no los crie para que se quedaran aquí.
-¡Al menos a ti te quedó un hijo!, y tienes un nieto además, no que a mí, solo mis pollos y patos me hacen compañía.
-Si…–varios pensamientos surgieron en la mente de don Rubén pero no hallaba las palabras para expresarlas-; bueno…nos vemos al rato Lupita, se cuida mucho.
-Oye Rubén –se apresuro a decir Doña Lupe- este…es que fíjate que ahí tengo una gallina que ya está, la voy a matar al rato y me preguntaba si gustabas un poco de comida.
-Claro Lupita –Respondió evidentemente emocionado el viejo-, pues regreso a las seis o siete de la noche, ¿no sé que le parezca?
-Está bien Rubén, está bien, aquí te espero.
Historia vieja la de doña Lupe y el viejo Rubén, desde hace años se sentían atraídos, cuando ya habían entrando en la vejez. Un sentimiento suave que con las constantes miradas furtivas, los saludos diarios y las palabras no dichas se había convertido en un amor platónico y trascendente, si es que hay lógica en ello.
El viejo se perdió entre las casas del fondo de la calle con rumbo a su parcela mientras doña Lupita le siguió con la mirada hasta no verlo más. Continúo dándole de comer a sus animales que se arremolinaban alrededor de ella tratando de atrapar un poco de maíz seco.
Siempre la misma rutina, que la vieja disfrutaba como se disfruta la tranquilidad de una mañana fresca y anaranjada. Después de darle de comer a sus animales tomaba su morral e iba al mercado, en ocasiones solo iba por limones o naranjas, pero le gustaba platicar los últimos chismes con las marchantas.
-¡Hola Lupita! ¿Cómo está hoy?
 -Bien Chonita, viva que es lo que importa, ¿qué tienes hoy?
-Mandarinas, limones, manzanas, caña, tejocotes, baratito Lupita, ¿qué vas a llevar?
-Dame medio de naranja nomas, ¡¿Ay ya viste a la Gertrudis?!
-¡Ya ni me digas!, nomas de verla me encorajino todita, ¿Quién la viera y pensaría semejante cosa verda?
-¡Aja! ¿Quién lo pensaría?, ver para creer, ¡por vida de dios!
-Pues así frenan las tarántulas Lupita, así frenan.
-¡Ay dios! Pero ¿Qué le vamos a hacer?, bueno Chonita, nos vemos, cuídate.
-¡Adiós!
Siempre la misma plática, las mismas palabras y frases, unas veces con Chonita la verdulera, otras con Jovita la pollera o algunas más con Chinta la tamalera; de regreso caminaba pausada, métricamente, contando cada paso, cuidando donde colocar los pies, no le gustaban las grietas y las evitaba si podía, pequeña manía que a nadie hería.
Entró a su casa, dejó las cosas del mercado sobre la mesa y salió a regar las plantas, tomó la manguera y escupió chorros de agua fresca sobre sus geranios, orquídeas, bugambilias, girasoles, sus matitas de chile habanero, tomate y chilacayote, mientras hacía esto siempre tarareaba una canción, una tonada que le gustaba sentir en sus labios y lengua; y siempre al terminar, cuando tiraba a un lado la manguera y miraba su batea de madera, la imagen del viejo Rubén le resurgía en su mente cansada y desgastada, podía ver y sentir cada arruga de la cara, cada cabello corto, sus manos callosas y quemadas, su nariz tatemada, su caminar con esa leve reuma que le hacía tener separadas las piernas; aspiraba lenta y profundamente y exhalaba ruidosamente, nunca nadie la escuchó, lo que siempre le había parecido bien.
Al otro lado de la calle miró a Rodrigo salir presuroso, tanto que no lo pudo alcanzar pues le quería pedir que le desramara el árbol de nance que casi había acostado sus ramas sobre el techo de lámina de su casa; salió presurosa a la calle tratando de ver hacía donde se dirigía el muchacho, pero no pudo ver nada, regresó un poco irritada pues lo tendría que hacer ella y su edad ya no era la adecuada para ello, pero habían pronosticado vientos fuertes en la madrugada y quería evitar que alguna rama le callera y rompiera el techo. Tomó el machete y se subió al árbol, comenzó a cortar las ramas, una por una, en ratos descansaba pues sentía que su brazo se zafaba, el sol golpeaba su cuerpo cansado y el sudor recorría salado las arrugas de su cuerpo.
Un tanto malhumorada escuchó golpear la puerta del frente, bajó presurosa del árbol y preguntó quién era.
-Soy yo doña Lupita, vengo por lo del pan.
La vieja se acercó apenada.
-Oye manito…es que…no me pagaron la ropa que lave, ¿no me podrás esperar para mañana?
-Pero lo mismo me dijo ayer y antier doña Lupe ¿Qué pasó?
-¡Ay m´ijo! Es que pues tú sabes que yo estoy solita, que ya nadie se compadece de mí, dame para mañana y sin falta te tengo tu dinero.
-Bueno, mañana me doy una vueltecita.
-¡Gracias hijito!, mañana sin falta, si gracias no vemos, jajajajaja si verdad, cuídate m´ijo, adiós.
Ese mañana nunca llegaría tal vez, pues lo que había sacado de lavar la ropa ya lo había gastado en comprar el alimento de sus pollos, pero mañana le inventaría otra cosa; unas pocas deudas, se repetía para alejar esa opresión que sentía en el corazón, vieja y cansada ya no le quedaban muchas fuerzas ni oportunidades, para ella el viejo Rubén representaba una última esperanza; casada a la fuerza por su padre, con un esposo que la golpeaba y se emborrachaba, con hijos que nunca la respetaron y que aún ahora no le habían visitado en años su vida había sido una constante penuria cuya agonía consistía en el silencio, el silencio de no poder decir lo que sentía o lo que quería; ahora quería sentir por única ocasión en su existencia lo que era el amor, lo que era un beso de amor sincero y agradecido, sentirse amada y en paz, decir sus sentimientos, lo que su corazón y mente le dictaban, y al fin en la noche, cuando cenara con el viejo le podría decir lo que sentía. Y sabía que sería correspondida, podía ver en los ojos de don Rubén la misma pasión que ella sentía. Días de coqueteo suave como una brisa cálida se concretarían esa noche.
-Buenos días Lupita ¿cómo está hoy? –Le preguntó una voz desde la calle, sacándola de sus cavilaciones-.
-¿He? Ha, buenos días Petrita, aquí andamos ¿Qué pasó?
-Aquí le traía mi ropa, ¿cuánto seria?
-Pues vamos a ver, cinco pantalones, siete camisas, tres playeras, pues ¿le parece bien treinta pesitos?
-Ta bien Lupita, ¿para cuándo me las darías?
-Para mañana Petrita, en la tarde, hoy lavo y nomas que se seque ya vienes por ella.
-Sale pues Lupita, nos vemos mañana.
-Oye Petrita será que me puedas dar un adelanto.
-¡Uy Lupita!, si le voy a quedar mal ahorita, es que no le han pagado ni a mi viejo ni a mí, pero mañana te tengo tu dinero sin falta, tú no te preocupes.
-Pues no me preocupo, me ocupo más bien, pero bueno si no se puede ¿qué le vamos a hacer?, nos vemos mañana pues, adiós.
Doña Lupe tomó la ropa y la puso en su batea, entró a su casa y comenzó a hacer la limpieza, con mayor esmero que los días anteriores barrio y trapeo el piso, limpio telarañas, sacudió colchas, lavó trastes y espantó cucarachas, al terminar puso a calentar agua; mientras hervía se dio a la tarea de lavar la ropa que le había traído doña Petra, desde ese lugar vio como Rodrigo llegaba presuroso a su casa y extrañada por que no estaba en su trabajo le gritó ¿Qué pasó Digo, no fuiste a trabajar hoy?, el muchacho solo se volteó y la saludó nerviosamente y se introdujo en su vivienda, qué extraño pensó y continuo con su tarea.
Rodrigo era casi un hijo para ella, la madre del muchacho había sido una buena amiga y le cuidó mientras estuvo embarazada, cuando murió en el parto muchas veces se encargo del niño mientras el padre se iba a trabajar; cuando el padre falleció ella se hizo totalmente cargo del chico, no pudo evitar que dejara de estudiar pero le consiguió trabajo en las comprensoras, le lavaba la ropa y en ocasiones le daba de comer; es un buen muchacho se decía siempre que lo veía tomar una pierna de pollo y darle una mordida, y lo era, a Rodrigo no le gustaban las fiestas, ni tomar o fumar, era un poco introvertido y trabajador y quería a doña Lupita como una madre.
Terminó de lavar, mientras tendía la ropa observó como Rodrigo salía presto de su casa con una mochila al hombro, ¿Qué tendrá este chamaco? Pensó, al rato habló con él, a que muchacho pues, y terminó de tender.
Sacó el agua hirviendo, agarró una gallina, la colgó de las patas y espero 10 minutos, le torció el pescuezo, la decapitó y esperó a que se le vaciara toda la sangre, terminado, sumergió el cuerpo del animal al agua hirviendo, la agitó suavemente y comenzó a desplumarla, soaso el cuerpo sobre la lumbre para quemar las pequeñas plumas que no pudo quitar, después cortó en piezas a la gallina y las puso en agua limpia a hervir, agarró tomate, cebolla y ajo, los puso en un recipiente y fue con su vecina.
-¿Tomasita?
Se asomó una señora regordeta con un vestido de cuerpo entero de flores de girasol.
-Dígame Lupita.
-Perdone que la moleste pero ¿me podría licuar esto?
-Claro que si Lupita, pase usted.
-Compermisito, y ¿Cómo esta Tomasita? ¿Qué me cuenta?
-Nada doñita, ya ve como estamos, pero ahí vamos, ¿vio usted el amanecer tan precioso que tuvimos?
-¡Sí!, hermoso, de verdad hermoso, la obra de dios nuestro señor siempre es hermosa.
-De veritas que si Lupita, de veritas que sí.
-¿Y cómo sigues del azúcar?
-Pues ahí la llevo Lupita, lo peor es que se me antoja un montón de cosas y pues ni modo, hay que apechugar, no queda de otra.
-Ay Tomasita, cuídate mucho, mira que ahorita es cuando más falta le haces a tus hijos y a tu esposo.
-¡Ah!, viejo borracho, de cualquier forma seria por mis hijos.
-Pues por ellos; bueno gracias Tomasita, nos vemos después.
-Ándale pues Lupita, váyase con cuidado.
Una rutina divertida, una vida monótona, ¿que trascenderá después de su muerte, que sobrevivirá en los demás? Una generación la recordara y después será la vaga figura de un recuerdo perdido, soñado y dejado en el olvido, no por celos u odio, simplemente porque su espíritu ya no se revelara ante nadie. ¿Vale una vida vivida así?
Pues ¿Cómo la ha vivido? ¿Con valor o con temor? ¿Miedosa de su mente o alegre de su corazón? Y qué si en años nadie la recordara. ¿Para qué recordar una figura si su esencia se perderá? Pues nadie en la historia que es recordado es inmortalizado con su misma particularidad, siempre se adecúa al egoísmo de la situación o intereses de quien los recuerda. ¿No es mejor vivir plenamente, sin miedo en el corazón, que vivir en la memoria de los demás como una imagen que es totalmente contraria a como de verdad era?
Esa misma plenitud era la que buscaba Guadalupe, la plenitud del alma, el nirvana de las uñas cortadas; y se aferraba a lo que creía que era su última oportunidad en la compañía del viejo Rubén, aún en sus postreros años deleitarse con la felicidad que le brindaría un alma parecida. Vació el recaudo en el caldo de pollo, agregó papas cortadas en cubitos, trozos de calabacitas, un ramillete de cilantro y sal a su gusto, mezcló el guisado y lo probó, agregó un poco más de sal y atizó la lumbre del fogón, el carbón crepitaba levemente y un aroma de guiso se expandía e impregnaba toda la casa hasta llegar a la calle.
-Qué rico huele Doña Lupita –grito alguien desde la calle-.
-¿He? Gracias Susi, luego te das una vuelta y le llevas un poco a tu mama.
-OK, sip, luego regreso, voy a ver a mi papa a las comprensoras, hasta luego doña Lupita.
-Adiós m´ija.
El guiso estaba terminado al cabo de veinte minutos, la vieja retiró algunos leños del fogón pero dejó la olla en el mismo lugar para que no enfriara. El sol marcaba las dos de la tarde. Me quedan cuatro o cinco horas a lo mucho, se decía la vieja, y comenzó a arreglar el comedor, colocó una nueva sobremesa, había forrado una lata vieja de leche en polvo y en ella puso unas flores, barrió a conciencia, la vieja escoba de malva amenazaba con romperse con cada sacudida, los granos de tierra parecían cooperar con los deseos de doña Lupe y salían sin oponerse; acomodó la mesa al centro de la habitación y puso dos sillas de madera apolillada frente a frente en los lados anchos de la mesa, una araña zancona bajaba por el respaldo de una silla, la vieja tomó un pedazo de periódico, lo colocó en el camino del arácnido, este trepó por él y entonces la anciana puso a salvo al pequeño insecto sobre las ramas de la bugambilia, otra pequeña manía, nunca matar a un ser si no es para calmar el hambre.
Terminado este ritual la vieja se dio un baño, se lavó cada parte de su cuerpo, cada cabello negro, castaño o blanco, se limpio cada uña y cada diente que le quedaba, desde el baño asustaba a los animales que se acercaban siguiendo el olor de la comida que llenaba cada rincón de tierra y planta del patio; un perro sarnoso aquí, otro pulgoso más allá, ¡epa!, les gritaba la vieja desde el baño mientras se echaba jicarazos de agua cálida para enjuagarse, los animales retrocedían unos pasos con la cola entre las patas, pero volvían a su posición pasados algunos segundos, ahí iba otro ¡epa! de la vieja y otro paso hacia atrás de los perros, una canción poco usada, tal vez una vez al mes o cada dos meses, que era el tiempo en que la vieja podía darse el lujo de comer carne.
Salió del baño secándose todavía, miró el sol que marcaba las cuatro y cuarto, le gustaba mirarlo de frente y al voltear la mirada observar los destellos que le provocaba la luminiscencia del astro rey, se encaminó hacia la casa cuando un escalofrío la hizo voltear hacia el árbol de mango manila, en la parte final del terreno, nada parecía haber, azuzó la mirada y descubrió los ojos rojos de un animal mirando fijamente la olla del guisado, el ver los ojos de alguien no es algo que espantaría a la vieja Lupe, pero había algo en ellos que le inquietaba, no podía decir que era, hasta que descubrió que los ojos se alzaban a un metro y medio del suelo y que raspando la tierra se encontraba una gigantesca garra color cobre, la mujer retrocedió un paso cuando vio salir de entre la maleza a un increíble coyote que advirtió su presencia, el animal inmediatamente dio la vuelta y desapareció entre el monte.
-¿Qué fue eso? –pensó doña Lupe cuando se sintió más tranquila, segura de que nunca en su vida había visto algo parecido pero no tan segura de haber visto al coyote verdaderamente- debo de dejar de mirar al sol, me hace ver cosas.
Se dirigió a su casa volteando hacia el mango para no perder detalle por si volvía a parecer el animal; un pequeño tropezón le advirtió que había llegado al umbral de la puerta, con cuidado ingresó a la vivienda, ya había elegido que ropa usaría, una blusa blanca de mangas abombadas y cortas, con bordados simples en los faldones laterales, una falda que le llegaba hasta los tobillos de color café lisa y sin adornos, y unas sandalias negras de hule con adornos de flores, además de una diadema azul gruesa que le sujetaba el pelo liso, al terminar miró hacia afuera y vio que las sombras marcaban cerca de las cinco de la tarde, buen tiempo pensó.
Comenzó a preparar la mesa, puso dos platos viejos de peltre, dos cucharas de plástico blanco, sacó unas pocas tortillas y el pico de gallo que tenía del día anterior, todo esto lo hizo como parte de un ceremonia, de forma lenta y medida queriendo purificar el lugar de su última esperanza; mi última esperanza, pensaba, le gustaba como sonaba eso, trágico y romántico a la vez, justo como se sentía; salió a ver el guiso, destapó la olla y un grato aroma empapó su nariz y gusto, las piezas de pollo flotaban en el caldo junto a las papas cocidas y las hojas de cilantro, levantó la olla y la coloco a un lado, en su lugar puso un comal de hierro y coloco en él varias tortillas, los retiraba hasta que se hacían totopos y colocaba otras y así hasta tener cerca de treinta tostadas. El sol marcaba las seis de la tarde. En cualquier rato estará aquí, dijo, se sentó en el comedor y espero a que llegara su amado.
En cualquier momento, se repetía y se reía pícaramente de pensar en lo que le iba a decir, un sentimiento de pena alegre le invadía y la ruborizaba, sus manos sobre la mesa se juntaba y entrelazaban nerviosas, sus piernas se estiraban y retraían al ritmo de sus parpados. En cualquier momento…en cualquier momento…en cualquier momento, cada vez que lo decía miraba hacia el sol y veía transcurrir minutos rápida y angustiosamente; escuchaba pasos en la calle y su cara se ponía roja, solo para encontrarse desilusionada al ver pasar al panadero, a Rosita, a Federico. El sol marcaba las siete, las sombras se alargaban peligrosamente. Las manos de la vieja sudaban sobre la mesa, sus pies fijos solo se meneaban por el movimiento trillado de sus rodillas; un minuto de agonía más, otra poca de tierra que las sombras se tragaban, en la pared una cuija comía un mosquito y al terminar emitía su característico sonido, chuzzz…chuzzz…chuzzz, el sonido timbraba en las pestañas de la vieja, miraba melancólica al animalillo. La luna marcaba las ocho. Un viento repentino sacudió al árbol de mango, al rato un aullido hizo tronar los huesos de doña Lupe, poco le importaba, en el umbral de la puerta solo quería ver la sombra del viejo Rubén caminando hacia ella; un gato en la azotea, un perro siguiendo un rastro, ¡buenas noches doña Lupita! Le decía alguien a quien no miraba pero le regresaba el saludo. Metió el guisado, cerró la puerta y se recostó sobre su cama. Una angustia le recorría la piel, pero no se atrevía a mencionarla, apresada a su última esperanza sintió temor, una lágrima rodó por su cien y calló muda en el colchón; la vieja se entregó a los sueños. Soñó que estaba lavando en su batea de madera, mientras el viejo Rubén, le desramaba los arboles, feliz se acercaba y el la despreciaba con un ademan, se sentía confundida, ¿Como pudo equivocarse al pensar que el sentimiento de amor era reciproco?, pero se reponía al ver su patio lleno de flores y perros y darse cuenta que nunca necesitó a nadie para ser feliz, para sentirse realizada.
Despertó cerca de la siete de la mañana, recordaba solo extractos de su sueño, pero lo suficiente como para saber qué hacer, se levantó sin apuros, con el corazón extrañamente ligero, con los ojos bien despejados y las manos limpias y serenas. Se sirvió un poco de guisado frio y comió tranquilamente, sonriéndole a la hormiga que se paseaba por la mesa; se sirvió dos veces y cada vez la disfruto tanto como quiso, a pesar de lo templado, el guiso le pareció delicioso, con sabor a libertad del individuo, la libertad que siempre tiene uno a la mano pero que no la ve hasta que una revelación del alma te hace verla, fue lo que tuvo, una revelación. Respiro la libertad. En cualquier momento, pensó y rio quedamente, iba a salir al patio cuando algo bajo la puerta le llamo la atención, unos círculos dorados tintineaban crédulos, se acercó cauta, se agachó y vio cinco monedas de lo que parecía ser oro, frias al tacto, lo que indicaban que las colocaron ahí durante la noche; ¿una disculpa? Pensó al creer que el viejo Rubén las había colocado ahí, pero alejo rápidamente ese pensamiento. ¿Para qué buscar respuesta?, se dijo, lo hecho hecho esta y salió feliz a la mañana.        
Sacó la bolsa de maíz y dio de comer a sus animales, fue al mercado, regó sus plantas. Siempre la misma rutina, que la vieja disfrutó de verdad como se disfruta la libertad de una mañana fresca y roja.

jueves, 6 de septiembre de 2012

LA RIFA



Un rayo de luz del jorongo naranja del sol en el amanecer se estampaba sobre la pared de madera negra, húmeda y polvosa, que era uno de las tres únicas paredes que constituía la casa aquella, la otra pared era solamente un nailon azul amarrado de las vigas y las piedras del suelo. En esa casa vivía don Zacarías con la familia de su nuera, su hijo se había ido para el otro lado desde hace cinco años y no se sabía nada de él, habían tenido tres hijos, el mayor tenía 10 años e iba en quinto de primaria, los dos pequeños eran gemelos y tenían cinco años. Por compromiso con su hijo don Zacarías se hacía cargo de su nuera y sus nietos, aunque en un principio sintió renuencia, con el tiempo llegó a querer a los niños. Debido a su edad don Zacarías ya no podía trabajar en el campo, así que aprovechando que sabía tocar la guitarra, ganaba para el gasto de la casa visitando las cantinas de la localidad, en donde cobraba cinco pesos por canción; Hortensia, su nuera, completaba para la comida siendo criada en la casa de don Bernardo, el cacique de la región, en donde más de una vez sufrió el acoso del viejo rico. Felipe, el mayor de los hijos asistía por las mañanas a la primaria a la que siempre llegaba tarde a pesar de vivir a una cuadra de ella, era un chico de tez morena que se pronunciaba más debido a que no se bañaba muy seguido, esbelto y con una panza ligeramente pronunciada; por las tardes paseaba por el pueblo con su caja de bolear, trabajo de dónde sacaba diez o quince pesos diarios. A pesar de contar con tres ingresos la familia pasaba apuros económicos, que eran evidentes en la desnutrición de los chicos, la voz melancólica de don Zacarías al cantar y el constante cansancio de Hortensia, de la que recibía amenazas de despido en la casa del cacique.
La casa era de una sola pieza de tres metros, el techo de lamina amenazaba con huir con cada ventarrón, sobre un colchón en el piso que Hortensia consiguió dormían los tres niños, a su lado en un catre dormía ella y en una hamaca con numerosas enmendaduras dormía el viejo Zacarías, cada vez que se recostaba en ella, las maderas de las que estaba sujeta crujía de tristeza y lloraba polillas.
Generalmente el primero en levantarse era don Zacarías, iba al monte y traía palos secos que podía encontrar y acarrear, los partía y los metía al anafre viejo que le habían regalado, hacía nacer la lumbre cuyo calor despertaba al resto de la familia, Hortensia se levantaba con el sueño a cuestas, le daba los buenos días al viejo con un beso cariñoso en la mejilla y ponía un pocillo de metal con agua y café en el anafre, se peinaba un poco y salía a comprar bolillo a la casa de don Teófilo el panadero, cinco piezas de bolillo era todo lo que compraba y regresaba con la miraba vacía a la casa donde sus hijos ya estaban despiertos y esperando el desayuno; una mesa cuadrada de madera sucia y apolillada era el centro del universo que componía el desayuno, cada quien tenía un vaso de plástico de un color diferente, para don Zacarías una taza de peltre abollada, cada uno recibía su café como una ceremonia, tomaba una pieza de bolillo y la comía remojada, generalmente las primeras palabras de la familia por la mañana eran dichas por lo gemelos, que siempre anhelaban más pan, recordaban aquella vez en que su abuelo fue contratado para una serenata y hasta un pedazo de pollo comieron, los demás reían con las ocurrencias de los niños y callaban melancólicamente.
Al terminar el desayuno la primera en partir era Hortensia, se limpiaba lo mejor que podía, se colocaban una liga para amarrarse el cabello, se limpiaba los zapatos y partía deseando un buen día a Felipe, su hijo mayor y le pedía que no tuviera problemas en la escuela, a los gemelos que se cuidaran y no hicieran travesuras y a su suegro que tuviera suerte con los borrachos, pues en una ocasión, cuando le tocó una riña en una cantina llegó a la casa con la cabeza sangrando. Hortensia caminaba a través del pueblo saludando a sus conocidos, pero nunca deteniéndose a platicar, eso era algo que siempre le había parecido raro a la gente del pueblo, ¡Ay vieja estirada, como es la amante de don Bernardo! Decía los vecinos después de saludarla. En su trabajo sufría el constante abuso y acoso del viejo cacique, nunca le permitió siquiera que la tocara y eso exacerbaba a don Bernardo y enojado regañaba y le daba más trabajo a la pobre mujer, que callada, para no perderlo, aceptaba casi cualquier arbitrariedad; es fácil, nadie tiene que saberlo, le decía don Bernardo para tratar de convencerla y tener relaciones con ella, pero ella siempre lo despreciaba, se hace del rogar, pensaba el viejo, mientras ella se hundía cada vez más en el abismo de soledad en que se había convertido su vida, pero tenía esperanzas en el mañana y eso siempre le había mantenido en pie de lucha. Su trabajo consistía en barrer y lavar la casa, ordenar los cuartos, lavar la ropa, sacar la basura, sacudir el polvo de los muebles y hacer de comer.
 Don Zacarías se quedaba más tiempo en la casa, hacía un poco de limpieza, despedía a Felipe que se dirigía a la escuela y se pasaba dos horas limpiando, afinando y tallando su vieja guitarra, ¿Cuantas notas había nacido y muerto de la mano del viejo en las cantinas malolientes e impúdicas del pueblo? ¿Cuántas palabras entonadas habían salido de su garganta curtida por la vida? A veces no hablaba en horas y se limitaba a observar a los gemelos revolcarse en la tierra, reía cálidamente y continuaba con su labor, se despedía momentáneamente alrededor de la una de la tarde, dejaba a los gemelos al cuidado de un viejo perro que tenían; iba a ver a su nuera, quien le guardaba las sobras de comida de la casa de don Bernardo, el viejo las tomaba y regresaba a su casa, le daba de comer a los gemelos y a Felipe que ya había regresado, comía un poco, al terminar, le daba unas indicaciones a su nieto mayor, tomaba su guitarra y salía a comenzar su día laboral.
Abue! –Le grito Felipe- no te olvides, hoy a las cinco.
El viejo le sonrío y asintió con la cabeza. Don Zacarías avanzaba enérgicamente, decidido, de cuando en cuando se acomodaba el sombrero roído y el bigote canoso; comenzaba su faena asomándose a una cantina, un asistente le reconocía y le gritaba.
-¡Zacarías! Pásale viejo ¡Te estábamos esperando chirrión! A ver aquí están cinco pesos, échate la de La Ingrata, y su respectivo pilón claro está, no te vas a negar, debes cuidar a tus clientes Zacarías, sin nosotros ¿qué harías?
La penuria siempre era la misma, en ocasiones por solo cinco pesos debía entonar dos o tres canciones, pero siempre que se agarraba una moneda se persignaba con ella antes de meterla a su bolsillo; cuando tenía fortuna permanecía toda la jornada en una sola taberna, pero generalmente solo era los días de paga, la mayoría de los días se podía ver al viejo caminar de un bar a otro para tratar de sacar lo más que pudiera para el día siguiente; el promedio de ganancia del viejo era de treinta pesos diarios.
Por su parte Felipe se despedía de su abuelo y sus hermanos alrededor de las ocho de la mañana, cargando su mochila polvosa y agujereada llegaba a la escuela en menos de cinco minutos, se sentaba en la butaca doble de madera donde compartía asiento con Genaro, el nieto de don Rubén, la escuela representaba para él un lugar que lo alejaba momentáneamente de la vida austera que llevaba, las clases le parecían sumamente motivadoras, se había aprendido las tablas de multiplicar con una rapidez que lo llevó a tener el aprecio de los maestros. En el recreo pocas veces salía a jugar con sus compañeros, prefería quedarse en su pupitre releyendo los cuentos que venían en su libro de español, le gustaba sentirse cómplice de las aventuras que los protagonistas de los relatos vivían, sentía que podría participar y salir victorioso de los problemas que hacían sufrir a los personajes, un pequeño destello de luz en medio de toda la suciedad; sin embargó ese día fue diferente, una voz le hablo desde la ventana.
-Pipe, vente a jugar.
Felipe guardo cuidadosamente su libro y salió corriendo siguiendo a su amigo, llegó a un grupo que se dividía en dos.
-Pipe se va a nuestro equipo –dijo Julio-, la base es el poste, no vale irse hasta la casa de doña Chepita ni para la calle…
-Se les fue Pipe, les toca a ustedes perseguir –dijo un contrario-.
-Sale pues, contamos hasta diez.
-Hasta veinte qué.
-Hasta quince y ya.
Felipe era codiciado en este tipo de juegos por que era uno de los más rápidos, solo después de Genaro, a él no le gustaba correr mucho, porque ello le provocara que tuviera hambre y nunca llevaba dinero para comprarse algo, sin embargo no deseaba enemistarse con sus amigos, ya era suficiente el no poder compartir con ellos después de clases. Al terminar el día escolar el director reunió a la toda la escuela en el patio.
-¡Atención! Niños ¡Niños!...Bien, recuerden que hoy a las cinco de la tarde en punto será la rifa, el que no esté presente, en caso de ganar, no recibirá el premio. Recuerden que deben traer su boleto ¿bien? De acuerdo, pueden retirarse.
-¡Hey Pipe! –Le hablo Chucho- vamos a ir a la casa vieja a cortar mandarinas ¿vienes?
-No puedo, Chuchín, tengo que hacer.
-Órale pues, nos vemos en la tarde.
-Ahí me traen unos capulines y unas mandarinas para mi mama.
Felipe llegó a su casa, generalmente veía a sus hermanos solos, al poco tiempo apareció su abuelo con un poco de comida y tomaron los alimentos juntos; su abuelo partió llevando su vieja guitarra con rumbo a su trabajo, el muchacho lavó los platos sucios, mientras sus hermanos barrían la casa como podían; al terminar, Felipe tomó su caja de madera para bolear y revisó que todo estuviera ahí, la grasa, el jabón, la tinta, el cepillo y el trapo, la levantó, llamó a su hermanos y partieron juntos hacia el centro del pueblo, caminaba llevando su caja con una mano y con la otra guiando y cuidando a sus hermanos, ¿grasa señor?, repetía a todo al que le viera zapatos, la mayoría de las veces la respuesta era un no, pero en las ocasiones que la respuesta era afirmativa trataba de hacer su mejor trabajo mientras de reojo vigilaba que los gemelos no se alejaran mucho, en ocasiones tenía que llamarles la atención; por cada boleada el muchacho cobraba tres pesos, al día, si disfrutaba de suerte ganaba quince pesos. Patrulló el centro del pueblo sin mucha fortuna, en una tienda vio que eran las cuatro con veintisiete minutos de la tarde, vámonos, les dijo a los gemelos y tomaron rumbo para su casa, llegaron minutos después, dejó su caja y se fueron a la escuela.
El lugar estaba vacío, a excepción del conserje que estaba preparando los altavoces para el evento; la ceremonia que se estaba preparando consistía en la rifa de una mochila, que contenía todos los útiles escolares necesarios para un año de clases, entre cuadernos, lápices, lapiceros, gomas de borrar, sacapuntas, juegos de geometría, pinturas, lápices de colores, hojas blancas y de colores, papel china, cartulina, marcadores, un uniforme escolar nuevo y una beca de inscripción. Felipe había logrado comprar el boleto gracias a que había ahorrado desde que se anunció que se iba a llevar a cabo la rifa; con deudas contraídas, problemas económicos, y sus dos hermanos menores en edad para entrar a la escuela su madre le había dicho que ya no podría inscribirlo para el siguiente año, a pesar de enojarse y entristecerse entendía perfectamente el motivo de la decisión, el ya sabía leer, escribir y hacer cuentas, sus hermanos necesitaban eso y los ingresos de la familia no daban para tener a los tres en las clases, el premio constituía una luz de gloría y sueños que podrían realizarse, que le permitiría terminar sus estudios primarios y darle una año más de esfuerzo y esperanza.
Poco a poco la gente comenzó a llegar, niños solos, con sus padres o con sus hermanos, Felipe volteaba para ver si alcanzaba a distinguir a su madre y a su abuelo, a lo lejos vio la figura encorvada del viejo guitarrista acercarse, el muchacho levantó la mano indicando su posición, don Zacarías se acercó a él, los gemelos tomaron el sombrero del viejo y comenzaron a jugar.
-¿No ha llegado tu mama? –Le preguntó–.
-No abue, no la he visto.
-A ver si don Bernardo le dio permiso de venir.
Don Zacarías no había tenido mucho trabajo, llevaba en su bolsillo solo diez pesos además de una sarta de vejaciones y groserías; desde hace tiempo se sentía cansado y agobiado, pero su aceptación natural al destino no lo hacía pensar mucho en su condición, a pesar de estar ya demasiado viejo seguía trabajando como cuando era joven; desde hace tiempo sentía la presión de las reumas en sus piernas regías, pero no se daba el lujo de aceptarlo.
-¡Ahí viene! –El viejo volteó a donde señalaba el chico y vio a su nuera que caminaba más pensativa de lo normal-.
Hortensia caminaba más que pensativa agonizando mentalmente, una hora antes había tenido una plática con don Bernardo:
-Don Bernardo, ¿puedo hablar con usted?
-Dime Hortencita, para que soy bueno –el tono del viejo auguraba otro próximo acoso-.
-Es que…yo…quería pedirle un préstamo.
-Aja –una sonrisa se comenzó a dibujar en el rostro lascivo del viejo-.
-Es que…no sé nada de mi marido, mi hijo mayor quiere seguir estudiando pero tenemos deudas, pero ya saldándolas podría apoyar a mi hijo y a mis gemelos que ya mero entran también a la escuela; además, el no me lo dice pero veo que mi suegro está enfermo…
-Aja, ya veo.
-Yo se que usted es muy bueno don Bernardo, me lo dice la gente a diario, que tengo mucha suerte de trabajar para una persona tan buena como usted, no es mucho lo que necesito y puede cobrarme los intereses que cobra a las demás personas…
-Mire Hortensia, si usted quisiera yo la podría sacar del basurero en donde vive…
-Gracias don Bernardo, pero no le estoy pidiendo eso, no quiero ser una carga para nadie, lo único que quiero es un poco de su generosa ayuda.
-Está bien, está bien Hortensia, casi nunca he podido negarle algo a una mujer.
-¡Gracias don Bernardo!, ¡Muchas gracias!
-Pero ya sabes que quiero de ti Hortensia.
-¿Qué?
-Lo que escuchaste mujer.
-Ay don Bernardo pero como se le puede ocurrir que yo pueda hacer eso, ¿Qué va a pensar la gente?
-Qué piensen lo que quieran, la que va a ganar eres tú.
-No don Bernardo, tendré necesidad pero no puedo hacer eso.
-Pues…-el viejo estaba evidentemente molesto, impotente pues Hortensia había sido la única mujer que no podía doblegar- pues… ¡más necesidad tendrás! Porque no puedo prestarte ahora.
-Pero don Bernardo…
-¡Ya te dije que no puedo prestarte mujer! ¿Quieres algo más? Pues vete, órale, nomas me haces perder el tiempo, da gracias a Dios que soy bondadoso y no te corro.
Tal era el problema que Hortensia venia meditando, sus pensamientos nublados por la preocupación no le permitieron ver a sus hijos y suegro hasta que estuvo a escasos metros.
-¿Ya comenzó? –Le pregunto a su hijo-.
-En un ratito más…ahí viene el director, creo que ya va a comenzar.
El gordo director de la primaria se acercó a unos maestros cerca del micrófono, platicó unas cosas con ellos, se rió burlonamente y se acercó al altavoz, miró expectativo a la multitud de madres, padres, tíos, madrinas, hijos, sobrinas, primas y entenados. Con voz gruesa y ronca les hablo.
-Buenas tardes a todos… ¿se escucha?, ¿Si?, bueno…Buenas tardes a todos, gracias por venir, el día de hoy a las cinco de la tarde…he…casi en punto, se hará la entrega del único premio para el que salga sorteado de la rifa que se llevara a cabo. Como tal vez ya sepan, y si no pues le explico, desde hace tres semanas, los boletos estuvieron a la venta en la dirección, se mostró en cada salón el premio; a este, por parte de la presidencia municipal, a quien agradecemos en nombre del licenciado Martínez aquí presente, añadió hace una semana un uniforme nuevo y una beca de inscripción para el siguiente curso escolar; quiero hacer el anuncio que el licenciado Martínez, en nombre del señor presidente municipal, extendió la beca de inscripción a todos los hermanos del ganador o ganadora, ¿de acuerdo? Bueno vamos a comenzar, ¿Cuál será la mecánica? Bueno tenemos a la maestra Elena para que nos explique eso, maestra.
-Gracias señor director, bueno, en esta caja se han puesto todos los boletos, se sacaran cuatro nombres que será eliminados, el quinto será el ganador, en caso de no encontrarse se procederá a sacar otro hasta que se halle presente el estudiante o persona elegida, ¿bien? ¿Alguna duda?
-Gracias maestra Elena, bueno, procederemos a sacar los nombres, cada maestro sacara un boleto, se leerán, el boleto ganador será elegido por el licenciado Martínez. Comencemos, el primer nombre por favor.
Hortensia seguía sumida en su penuria interna. Los ojos de don Zacarías se mostraban como de costumbre, resignados al paso del destino. Los gemelos no dejaban de jugar alejados de los peligros de la vida cruel que en unos años tendrían. Felipe apretaba la mandíbula, su corazón aumentó su ritmo de latidos, una opresión le aplastaba el pecho y hacia difícil y dolorosa su respiración, deseaba tanto ganar, pero en el fondo comenzaba a brotar ese sentimiento de derrotismo que lo cubría día y noche. 
-Juan Fernández, eliminado –comentarios de reproches al fondo-.
-Carlos Mora, eliminado… ¿no está? Bueno, le avisan –risas nerviosas en toda la multitud-.
Para muchos el premio representaba una buena ayuda, la economía anda mal, decía unos, así va a quedar más para las “frías”, decían otros.
-Federico Aguilar, eliminado.
-Gustavo Cortes, eliminado.
Próximo a salir el ganador Felipe más sentía oprimido el pecho con el sentimiento de derrota anticipado, se imaginaba a su madre regañándolo por comprar el boleto, cuando pudieron haber utilizado ese dinero en otras cosas.
-Bien, aquí va el ganador, licenciado, nos hace el honor…muchas gracias, bueno, para que no le digan y no le cuenten el ganador es…alguien más tiene frio –abucheos al fondo por la mala broma del director- ya va, ya va, el ganador, de la mochila, todo su contenido, el uniforme y las becas de inscripción es…Genaro López.
La impotencia se apodero de las manos de Felipe, sus ojos se tornaron vidriosos cuando escuchó un chasquido proveniente de la boca de su abuelo, dio la vuelta para irse por su caja de bolear, si se daba prisa podría sacar algunos pesos más, por las noches siempre tenía menos clientes.
-Genaro López… ¿no vino?… ¿no?, el siguiente licenciado.
Felipe volteo y sin regresarse a su posición escuchó atentamente.
-Julio Pereira… ¿tampoco está?, pues ¿Qué nadie vino?
-Ya mejor denme el premio a mi –se escuchó a un costado, seguido de risas-.
-Otro boleto licenciado…haber, haber si esta… ¿Felipe Acosta?…Felipe Acosta, ahí está, ya lo vi, niño levanta la mano, ven por tu premio, ándale.
Felipe avanzó tratando de contener su sonrisa, había alcanzado la luz que buscaba, pero no iba a dejar que nadie más lo supiera, ese era un deleite que solo él podría disfrutar. Hortensia despejo su cabeza cuando creyó escuchar el nombre de su hijo como el ganador; de pronto el día tenía un tono azul y blanco, lo que tenían ahorrado para la inscripción y útiles escolares de los gemelos lo podría usar para saldar las deudas, una lágrima broto de su ojo izquierdo y rápidamente se la quitó con su mano derecha, mientras sentía un deseo de aplaudir y brincar que tuvo que contener. Don Zacarías no sabía que pensar o hacer, la vida le acababa de dar una lección de esperanza y oportunidad; desde pequeño nunca había esperado nada que no pudiera conseguir por el esfuerzo de su cuerpo, que sin embargo debido a su poca visión y conformismo, no le había dado grandes beneficios, ahora, parecía que el destino finalmente le había dado un obsequio, una ocasión para olvidar momentáneamente sus problemas sin tener que envenenar su cuerpo y espíritu. Felipe llegó hasta donde recibiría su premio, de la mano del licenciado, quien para la foto tuvo que abrazar al muchacho; gustoso, el chico dejó que le pusieran la mochila que lo obligaba encorvarse para poder aguantarla. Después de eso los asistentes comenzaron a dispersarse, los maestros se retiraron aunque no tan rápidamente como el licenciado, Felipe regresó con su familia, sus hermanos tomaron el uniforme ganado, su abuelo, con una amplia sonrisa se colocó la mochila al hombro y su madre, como muy pocas veces pasaba, lo tomó entre sus brazos y lo abrazó cálidamente, durante un buen rato. Poco después la familia se dirigía  a su casa disfrutando de su fugaz felicidad, felicidad que era la posible puerta para mejores cosas o simplemente un día feliz entre tantos grises, dependería de ellos. Por mientras al llegar a su casa, los gemelos y Felipe comenzaron a sacar y ver el contenido de la mochila, Hortensia le dio un poco de dinero al viejo Zacarías para que fuera a comprar medio pollo rostizado, se despidió alegremente y regresó a su trabajo con otra expresión en el rostro, ahora miraba el cielo del atardecer, al llegar se encontró con don Bernardo en la cocina.
-¿Has reconsiderado mi oferta Hortensita? Porque sinceramente te conviene y mucho.
-Gracias don Bernardo –dijo Hortensia con aire triunfal- pero ya no necesito el dinero, pero gracias de todos modos.
-Bueno, cuando lo necesite ya sabe –el rostro del viejo cacique había cambiado totalmente, de un gusto macabro a un coraje mal soportado, sin embargo sin más se retiró a la sala-.
Hortensia hizo los quehaceres que le faltaban, a punto de terminar llegó don Teófilo el panadero queriendo hablar con don Bernardo.
-Buenas noches Hortensia, se encuentra su patrón.
Hortensia condujo a don Teófilo hasta la sala, posteriormente recibió la orden de partir, llegó a su casa ya entrada la noche, la esperaban Felipe y don Zacarías, los gemelos llevaban ya un buen rato dormidos.
-¿Cómo te fue hija? –Le preguntó el viejo-.
-Bien abuelo, muy bien.
-Ma, te guarde la pechuga porque sé que te gusta.
-Gracias hijo, ya vete a dormir que mañana vas a la escuela. Usted acuéstese ya abuelo que la trae atrasada.
Hortensia comió silenciosamente, miraba a Felipe acomodarse en el colchón, escuchó el rechinar de la madera al recostarse don Zacarías, terminó su cena y se recostó en el catre y trató de dormir.
Un rayo de luz del jorongo rojo del sol en el amanecer se estampaba sobre la pared de madera negra, húmeda y polvosa; adentro Felipe, Hortensia y don Zacarías no habían dormido en toda la noche y el sol los encontró con el espíritu dispuesto a aprovechar la oportunidad que se habían ganado.