jueves, 30 de agosto de 2012

NUESTRA MIRADA



El cielo acampa en mí mirada esta mañana,
tejiendo una fina red de amapola bajo mis pestañas.
La brizna se resguarda inmaculada en la cascada
al escuchar mis pasos entre la yerba fría y cansada.

Mi mirada sueña con proteger tu mirada,
en el claroscuro debajo del árbol
o en la cúspide de la montaña;
mi mirada desea tocar por un suspiro segundo toda tu mirada.

Y que la mañana observe nuestra batalla,
inmolado contra tus labios me defiendo con un abrazo,
apresada contra mi pecho te refugias en tu cadencia canalla.
¡Y con tal suerte que me desbarata!
¡Y con tal brío que el viento apenas puede sujetar mi espalda!
¡Y con tal fin que me tienes entregado a tu alma!

El cielo acampa en nuestra mirada esta mañana,
nuestro beso es el silencio del mundo
y la despedida del alba.
Nuestro aliento una límpida
nube que se desliza hasta nuestra mirada.
Y nuestro amor el eco del mar
besando la arena en el palmar.

viernes, 17 de agosto de 2012

REQUIEM


He nacido en hamaca de juncos
grises como la yerba en el crepúsculo,
la noche, caminando rápido, a lo lejos
llegaba tarde a impedir el espectáculo;

ese día la lluvia era tardía como el olvido.
Lloré rocío mientras mi nicho era mecido
por un funesto e incierto futuro.

Mas he caminado a mi ritmo
por la vereda que me he trazado,
dispuesto a cambiar de rumbo
si acaso seguía al de junto.

He soñado y vuelto realidad esos sueños.
He hecho y lamentado lo no hecho
debido a mi suspicacia por el tiempo.
He comido el viento tibio de cada marzo
que se empañaba callado bajo mi regazo.

He sido lo que he querido.
Hoy, cuando la muerte roza mi cuerpo agonizante
la recibo sin temor y satisfecho, me convierto en su caminante.

SOMOS UN VACILANTE RECOLECTOR DE IMÁGENES, METIDOS EN LA OSCURIDAD, POCO A POCO LA LUZ ENTRA EN NUESTRO CUARTO, POCO A POCO DORMIMOS EN PAZ, SEGUROS DE QUE EN LA NOCHE NADA HA DE PASAR, EL FRIO SE ALEJA CON LOS SUEÑOS, AL IGUAL QUE ESTA HAMBRE DE CARNE Y HUESOS, SOMOS UN VACILANTE RECOLECTOR DE IMÁGENES, DESECHADAS, ¡OH MEMORIAS BORRADAS, OLVIDADAS!

jueves, 16 de agosto de 2012

ENTRE TU Y YO


Has leído cielos,
he escrito lunas
de colores amalgamados
en asientos mientras tu miras.

Has visto deseos
he cantado sueños
de inusitado atrevimiento.

Has leído mi cuerpo,
mis marcas de nacimiento,
mi alma, mis miedos,
todo te pertenezco,
tuyo por una vida
de mi alma inmortal.

lunes, 13 de agosto de 2012

LA ESPERA DE LA MAÑANA


El
último
rayo de luna amor
es
palpable ante neofitos ojos.

El resto
de todo
el cielo corazon
pesca todos nuestros trascendentes sueños.

Danzan
nubes y tulipanes,
cantan
los vientos y las aves;
quietos en el frio
el mundo y yo vemos
como tus ojos se abren.

viernes, 10 de agosto de 2012

VOLCÁN


Eres el volcán de mis desvelos;
la tierra que ruge incontrolable
ante la presión de los fuegos
inmensos de mi corazón sureño.

Antes de la lluvia de cenizas
eres el calor de un nacimiento,
el despertar repentino del destino.

Antes del desgaje de los cimientos
eres el cambio de la piel
que prepara el terreno para el vergel.

Despues del estruendo del cielo
eres la lluvia que calma el sufrimiento
del devenir y sus pensamientos.
Podrías nacer para mí
pero existes para el mundo completo.

jueves, 9 de agosto de 2012

LA SONRISA


Tal vez era un sueño. Un hermoso y cándido sueño de carne café abultada y tersa. Tal vez era una falsa esperanza, de esas que solo se muestran para atormentar los corazones con el deseo y el anhelo. Quizá era solo un acto de lastimosa piedad; una acción de un alma generosa que se compadece de una solitaria y le regala segundos de felicidad. Sea lo que fuera, la sonrisa de Erika evocaba un parnaso de miel para Mario, quien a pesar de sentirlo no podía traducir en palabras esa sensación que provocaba el gesto de la chica en su mente y cuerpo joven.
Todos los días desde la mañana hasta el atardecer la vida golpeaba el cuerpo de Mario en el patio delantero de su casa. El joven sentía como el calor del astro rey disipaba el frio nocturno y abría lentamente cada uno de sus poros; podía sentir como su cuerpo inhalaba y exhalaba el aroma dulce y tenue de las bugambilias, como el trisar de las golondrinas besaba su oído y explotaba con la intensidad de mil sinfonías, como la humedad de la tierra negra se elevaba invisible a reparar el firmamento y llenarlo de esas nubes ágiles, blancas, hermosas y metamorfas que le gustaba contemplar. Con felicidad Mario veía como los girasoles se llenaban de alegría y se levantaban para mirar impasible a su eterno amor mientras pequeñas abejas, negras y amarillas, trabajaban, aparentemente incansables, recolectando su ambrosia; una-dos-tres-cuatro-cinco-seis-siete, el muchacho las contaba una y otra vez, las veía revolotear sobre la parvada de flores danzantes al son del viento, ocasionalmente una llegaba hasta él, se colocaba por un breve lapso de tiempo sobre su brazo y volvía con sus hermanas, como una niña traviesa que regresa con su familia a contar su aventura. En esos momentos el joven dispersaba sus pensamientos en cada una de las hojas secas tiradas sobre la tierra, cada una de ellas representaba una idea distinta, un extracto único de su pensamiento sobre la vida; podía permanecer largo rato inmerso cavilando cada concepto, una pequeña y curva hoja café de guaya se expandía a un horizonte de probabilidades laborales, cada pequeña vena de la hoja que se deprendía del tallo representaba un camino distinto: ser obrero, como su padre, quien llegaba a la casa después de las tres de la tarde oliendo a chapopote y aceite quemado, con el traje color caqui con grandes manchas negras de alquitrán por sobre su muy abultada barriga, quizá así su padre podría quererlo más. Ser profesor, como el joven maestro de primaria que pasaba todas las mañanas con pasos apresurados cargando su portafolio lleno de hojas sueltas y libros viejos, su chaleco bordado de pequeños y azules rombos que olía a zapatos nuevos, su camisa azul que parecía estar eternamente planchada, su mentón deslumbraba recién rasurado, su calzado un tanto empolvado sonaba alegre y le hacía coro a la música de tap de las hormigas negras que iban por su despensa; Mario se imaginaba transmitiendo vastos mares de saberes a niños harapientos, descalzos y hambrientos, dándoles un hato de esperanza y felicidad en medio de toda su podredumbre, quizá así su madre podría quererlo más. Podría llegar a ser comerciante, como don Tiburcio, a quien todas las mañanas se le podía ver portando un mandil blanco como la leche alzando la cortina de metal de su negocio, después comenzaba a sacar cajas con diferentes frutas y verduras y las colocaba sobre tablas de madera, las naranjas ahí, las sandías por allá, las calabacitas más para allá, el olor dulce, el agrio, el amargo y tantos más hacían el amor en el aire y acariciaban impúdicamente la nariz de Mario, quien aspiraba profundamente sintiéndose parte del entorno y pensando que a la mejor así todo el pueblo podría apreciarlo más. Con ese último pensamiento vio una sombra al lado de la hoja.
Otra hoja cayó al lado de la anterior y en su forma se dibujaba el rostro de Erika, Mario la observó largo rato, hasta que el viento la hizo caminar pausadamente, inclusive el andar rítmico de la hoja se parecía al de la muchacha y como ella, el lóbulo vegetal se alejó irremediablemente. El joven alzó la vista y vio gruesas nubes negras que se acercaban desde el este, ahora, siendo mediodía y que había visto las nubes le parecía que el viento era más frio que en la mañana pero no quiso molestar a su mamá quien parecía estar muy ocupada preparando la comida y ocasionalmente le gritaba algo que Mario no se preocupaba por escuchar y muchos menos contestar. No le gustaba la lluvia, sus gotas golpeaban frías y crueles, le recordaba al olvido, la tristeza de la soledad y del vacío. Siempre que veía que iba a llover innegablemente relacionaba la ferocidad del agua del cielo con la mirada que le lanzaba su padre cuando este llegaba del trabajo. La mirada del viejo obrero parecía contener cierto rencor desconocido hacia el muchacho, quien bajaba la mirada ante su presencia y se quedaba agazapado hasta que el viejo se alejaba; muchas veces se llegó a preguntar el porqué de esas miradas, ¿Qué había hecho mal que tenía que recibir esas miradas inquisidoras? La respuesta nunca le satisfacía, pues no tenía memoria de haber cometido alguna falta. Mucho o poco, el pensar en ello siempre lo dejaba sumido en el desánimo.
Por su parte Erika era una joven de trece años que cursaba el segundo grado de secundaria. Todas las mañanas se le podía ver caminando tranquilamente hacía la escuela, la mayoría de las veces escoltada por dos o tres de sus amigas. Su larga cabellera lacia y negra como la tranquilidad de la noche se mecía al compás de sus pasos, curiosamente pausados. Sus manos, unas veces entrelazadas, otras meneándose a sus costados, podían prodigar palmadas colmas de serenidad lunar y amor maternal, aun cuando lo hacía para castigar a algún entrometido; su tersa piel, morena como el azúcar, transmitía, junto con un agradable olor de hojas de limón recién cortadas, una sensación de tranquilidad que embutía la mente de sus acompañantes en un cielo sereno, lento y lleno de parvadas de colibrís dorados.
Erika pertenecía a una humilde familia de las afueras del pueblo. Su madre, de origen huasteco, le decía Kika de cariño y le ofrecía, cada se acababa de despertar, miradas palpitantes de monte y violinazos de grillos cafés; la había instruido, aún desde que la cargaba en su vientre, en el amor al alma. Ver lo que las personas podía ofrecer de bienestar al mundo. No ser ingenua, sino tener el conocimiento que tiene el amanecer soleado al conocer que al mediodía puede ser lluvioso y en la tarde tener ese aire frio y solitario. Su padre, desde que la chica recordaba, trabajaba en el campo, se iba con la llegada del amanecer y regresaba dos horas antes de la puesta del sol oliendo a zacate triturado y a agua de arroyo. Su regreso era sereno, de pasos firmes pero calmados, el machete a su izquierda se mecía de atrás para adelante inquieto por descansar recostado sobre la pared. Erika siempre salía a su encuentro, lo abrazaba y le daba un beso en la mejilla, su papa reía, rodeaba con sus brazos callosos a la chica y llegaban juntos hasta donde se encontraba la mamá, se sentaban a comer juntos contando las anécdotas del día, estallando a carcajadas a cada rato.
Al anochecer, cuando el cielo estaba despejado, Erika se quedaba dormida mirando las estrellas tímidas que se asomaban y escondían tras la cortina negra de la noche. Su padre aparecía, y la recostaba sobre su cama, la arropaba y le acariciaba el cabello. Erika soñaba entonces con mariposas azules y blancas que la abrazaban y elevaban hasta las nubes, en ese punto la soltaban y grácil caía sobre una alfombra de orquídeas violetas y rosadas que se abrían y besaban cada bello del cuerpo de la muchacha. Profundo y suave, su sueño se extendía y dividía para quietud de su mente.  
Mario podía sentir la cercanía de Erika, el viento corría cálido, las hormigas cantaban, las hojas de los árboles silbaban, el sol menguaba su fuerza pero iluminaba intensamente, su corazón comenzaba a brincar, sus manos sudaban y sus ojos se nublaban.
Las sombras de los arboles decían que era pasada la una de la tarde, Mario cerraba los ojos y un calor sofocante invadía su cuerpo, sentía ruborizar sus mejillas, sus ojos parpadear sin control, su respiración entrecortarse. Unos pasos se escuchan en la lejanía y Mario pensaba no, no es ella, jóvenes de la misma escuela de Erika pasaban evitando ver a Mario quien los observaba sintiendo lastima por sus vidas normales, pero no todos pueden sentir la magia del mundo o escuchar las voces de las flores, una verdadera pena; otros pasos más, apresurados, Mario solo veía pasar un borrón enfrente de él, se pierde la belleza de esta cerca se decía, una lógica condena. Así muchas figuras desfilaban ante el joven, entre bromas, correteos, indiferencia y burlas disimuladas Mario se metía en la vida del pueblo, se había convertido en una referencia cotidiana de advertencia ante algo malo para enojo de sus padres.
Finalmente. Finalmente los pasos que ansiaba, la espera era cada vez más difícil, pero siempre la recompensa hacia valer todo esfuerzo, toda pena.
Al fondo Erika se acercaba caminando sobre la banqueta, su pelo olía a caramelo de coco. Sus pasos eran fácilmente reconocibles para Mario, menudos y mesurables, casi acariciaban el suelo.
Erika aparecía como nacida de los rayos del sol, Mario con un sobre esfuerzo levantaba la vista y esperaba verla pasar justo enfrente de él. Los ojos de la joven se sentían conmovedores, risueños e inevitables. Y entonces Erika le sonreía tímidamente a Mario, quien parapléjico siempre soñaba despierto en su silla de ruedas y tímido le devolvía la sonrisa.             

martes, 7 de agosto de 2012

MINUTOS SOLITARIOS EN MI MENTE


Me encuentro en el campo,
azul del cielo, verde del pasto,
mientras mi melancolía agoniza
me muestro…me muestro olvidado.

Me encuentro recostado,
amarillo del sol, blanco de la nube,
con mis manos toco el espacio,
espacio pintado, espacio dulce.

Que cálido es el viento del sur,
cálido y constante,
con mi alma miro los cerros,
allá, soñando a lo lejos.

Cuanto tarda la noche
aunque ya veo la luna,
quisiera ver las estrellas
(hermosas y dilatadas flores nocturnas).

Este atardecer que nunca muere
se muestra terco y lleno de orgullo,
sabido de su belleza,
que vierte en mi corazón
sin miramiento alguno.}

                Carlos Mario Cruz Ramirez

DIVINIDAD


En el tiempo en que florece el otoño,
los tulipanes hierven de grandeza.
Emanan calmantes de terciopelo
y dibujan futuras épocas.

Tan épicas.

Sueños de libélulas
en una tarde de vida ligera.
Entre hojas de pasos ágiles
te veo rodeada de granos de luna gigantes.

Danzantes.

Que bajan para festejarte.
Y desean tanto regresarte, arcángel mío,
al cielo del que te escapaste.
El cielo que por mi dejaste.
Entrégame tu divinidad
y en cambio yo construiré
con nuestro amor tu eternidad. 

                             Carlos Mario Cruz Ramírez

viernes, 3 de agosto de 2012

LA OSCURIDAD DE UNA TUMBA


Cada vez que Francisco miraba hacia el panteón un vacío atrapaba su mente y una oscuridad insana nublaba su vista; la noche era total y estrellada, sin luna ni nubes, un manto negro que parecía nacer del propio cementerio envolvía a todo el pueblo.
Desde hace una semana a Francisco lo despertaba a la medianoche un malestar en el antebrazo izquierdo, una especie de comezón que el rascarse no aliviaba; se levantaba molesto de su catre y permanecía sentado en él angustiosos segundos tratando de contener esa insoportable picazón. El frio se entrometía entre las maderas húmedas y negras que eran las paredes, mientras que un coro de insectos (cucarachas, hormigas, polillas, escarabajos y gusanos) desfilaban por el piso de tierra. Francisco no aguantaba más y se paraba exasperado, sin importarle aplastar a algunas sabandijas con sus pies desnudos y llenos de callos, empujaba a un lado la puerta de lámina y casi corría hasta la entrada de su terreno agarrándose el antebrazo, transpirando leve y respirando trabajosamente; a solo unos pasos comenzaba el panteón, tumbas de tierra, de cemento, de loza y de mármol se arremolinaban en ese espacio único donde la muerte no había logrado nivelar la condición de clases sociales, con su brazo izquierdo Francisco tomaba tembloroso la estaca de madera del cerco de su casa, su cara morena y madura expresaba un dolor molesto y un hartazgo constante (tan diferente al rostro alegre con el que se casó, a pesar de ser un humilde campesino). Contemplaba durante cerca de media hora el panteón penumbroso, las tumbas viejas y nuevas, los inmutables ángeles y arcángeles de mármol, las pequeñas cruces de fierro herrumbroso a la cabeza de las tumbas de tierra; sus ojos se iluminaban de gusto y se contraían de sospecha (un golpe de su pie derecho en el suelo), su boca en un momento con una sonrisa de victoria cobarde se transformaba en una mueca de ira impotente (otro golpe de su pie contra el mismo enemigo), su mano que antes sujetaba firme el cerco ahora lo hacía estremecer y se escuchaba el crujir de la madera seca.
La noche era fría, todas eran frías, pero siempre el cuerpo de Francisco exudaba un sudor constante que hacia mojar ligeramente su camisa vieja (la misma camisa vieja de aquel día), los recuerdos siempre estaban presentes, aun cuando dormía lo perseguían, excepto al estar ahí, parado, en medio de una oscuridad anormal, observando meditabundo el camposanto. Solo en ese momento los recuerdos daban paso a los deseos, no había palabras de reproche, solo un deseo de liberarse de su terrible carga, pero una y otra vez sus deseos eran apagados por el temor a ser descubierto y es que el panteón, quieto durante la noche, en el día era paso seguro para ir al pueblo, numerosas familias transitaban por ese angosto camino que cortaba por la mitad el cementerio mientras los pequeños brincoteaban entre las tumbas, por lo que cualquier anomalía, nuevo excavado o movimiento podría ser detectado en las primeras horas de la mañana. Tal vez si lo hago allá en la esquina…no, ahí se junta la pandilla del lechero. No…tampoco ahí, ahí luego se ponen los chamacos de Teófilo. Una y otra vez, en cada medianoche Francisco repasaba los lugares donde podría sepultar su carga aún sabiendo que cualquier lugar estaba ocupado por muertos y vivos, tal vez alguno se le pasó, no lograba pensar bien desde aquel día. Igual y nadie se dé cuenta…total, con esta frase Francisco intentaba tranquilizarse y regresar a su rasposo catre, con un poco de esfuerzo lograba soltar el cerco, la picazón en su antebrazo era ya un simple cosquilleo, regresaba a su casucha caminando hacia atrás y sin dejar de ver el panteón que en vez de alejarse se sentía más cerca; a un costado del marco de su puerta se encontraba colgada una carcomida y sucia hamaca, Francisco, todavía mirando hacia el cementerio tomaba un extremo, la desenvolvía, la sujetaba a un árbol seco de tamarindo y se sentaba en ella con el rostro frio e inmutable ya.
Treinta minutos pasada la medianoche exactamente. En el cementerio se movía una figura, Francisco la reconoció al instante, una forma que se arrastraba y hurgaba en las esquinas de los mausoleos. Sus ojos vidriosos, sus extremidades huesudas y malolientes, con el olor a muerte propia y ajena dejando a su paso, su aliento pútrido y un hosco y lastimero gemir, así era la esencia del ser. El destino final de aquel ente nocturno era el mismo que las otras noches: el patio de Francisco. Jamás se preguntó porque, ¿Para qué? Si lo sabía de sobra, era lógico que la carga que tenía atrajera todo tipo de monstruosidades. Mientras la criatura se tomaba su tiempo explorando, como la primera vez, el panteón, Francisco quiso recordar de nuevo, como si fuera la última vez que lo haría.

Eran quince minutos antes de las doce de la noche, la luna en el centro del cielo negro se encontraba acompañada de las estrellas que iluminaban claramente el cementerio; a tropezones, debido a su total embriaguez, Francisco regresaba a su casa, reía estrepitosamente, se detenía a discutir con alguna escultura o intentaba silbar. Llegó al cerco, de una patada abrió el portón y grito ¡YA ESTOY AQUÍ!...silencio total. Dio unos pasos hacia la casa y volvió a gritar ¡QUÉ YA LLEGUE CHINGAO!...silencio sepulcral. Alcanzó el umbral de la puerta y se sostuvo un momento en sus pilares, escupió al piso e intento retirar la puerta pero esta no cedió, probo una vez más y la puerta solo temblaba, molesto Francisco dio un golpe a la lámina y bramó ¡AQUÍ ESTOY, ABREME!, un mosco grande y verde se posó en sus labios llenos de saliva agria, ¡QUÉ ME ABRAS, MALDITA SEA!, con un furia puramente instintiva los golpes sobre la puerta continuaron hasta hacer que la lámina se doblara por la mitad…un sollozo comenzó a oírse…casi cayéndose Francisco logró introducirse en la casucha solo para permanecer parado tratando de ver en la oscuridad, ¿Dónde estás?...¿Dónde estás?...¿Por qué te escondes de mí?...¡Contéstame con un demonio!…El sollozo era un gemido angustioso. En una esquina Francisco pudo ver su objetivo y se encaminó rabioso a ella, ¡No! Gritó prolongada y gemebunda la mujer agazapada, ¡No, no, no!, la negación se sucedía mientras era golpeada salvajemente, la sangre escurría, las heridas se abrían cada vez más, la mujer gritaba pidiendo piedad mientras le sujetaba desesperada el antebrazo izquierdo a su agresor. Francisco continúo golpeando durante treinta minutos, al término del cual la mujer ya no se movía pero aún lo tenía tomado por el antebrazo; todavía con ira se quitó la mano y retrocedió tres pasos, sintió frio el sudor que le recorría el cuerpo y mojaba su camisa; se quedó quieto un instante hasta que un llamado rompió el silencio: ¡Ma-ma! Y de abajo del catre un pequeño de apenas tres años y de rasgos malformados corrió cojeando hacia el cuerpo inerte de la mujer, se acurrucó en sus piernas y la sujeto con ambos brazos del tórax, Francisco lo miró lleno de rencor, sus ojos eran la muestra clara de la intolerancia humana, el menosprecio por lo que es diferente a uno, ¡maldito chamaco¡ -dijo- éramos felices, pero tu…¡tú! No pudo más, se dejó caer en el catre y se sumió en un profundo sueño.

La hamaca le estaba incomodando, el espectro que enfilaba hacia su casa estaba a escasas tumbas del terreno, Francisco no aguantó otro minuto y se levantó, al pasar bajo el umbral de su puerto escupió al piso, al llegar al catre se arrodilló y miró, dispuestos entre un numeroso ramillete de yerbas de olor, los cuerpos putrefactos de su mujer y su pequeño hijo que murió de inanición sujetando a su madre parecían observar a Francisco y él sentía que le preguntaban: ¿Hasta cuándo?¿Hasta cuándo nos darás la serena oscuridad de una tumba?



Carlos Mario Cruz Ramírez

jueves, 2 de agosto de 2012

AZUL-AMOR


Leves tonos en el aire triste
y en la tierra hambrienta de amor.

Azucenas con un toque celestial
me muestran que sentimiento debo hablar,
oraciones y poemas que cantar.

Me detengo una luna,
para aspirar tu dulce aroma,
recuerdo tu boca,
mi corazón casi la toca;
imagina cinco bugambilias rosas,
tardías visiones de melódicas caricias,
zigzagueantes y escurridizas;
a ti mi vida, todas mis vidas.

TODAS LAS SEMANAS


Todas las semanas
Pasa un rio por mi casa;
Sus aguas fueron destiladas
En las nubes para ser blancas.

Todas las semanas
En mi cuarto deja el mar
Una concha de nacar,
Bañada por la espuma
Se siente perfumada.

Todas las semanas
De la palmera brota
Un nido de colibrís rosas,
Se encierran en mi armario
Y creen disfrazarse de pequeñas gotas.
Gotas de néctar para disfrutar
Todas las semanas en nuestra alcoba.

                                      Carlos Mario Cruz Ramírez

CIERNE DEL PENSAMIENTO


Arde el cielo y el pensamiento
con esta feraz melancolía.
Aquellas nubes que dormitan
hacen trisar en mi alma quetzales y golondrinas.

(Agujero en la tierra que guarda y pare versos.
Fontana que cristalinamente emana sueños)

Nuestros labios se convierten en vergel,
mientras sones de antaño se imprimen en la piel;

El céfiro conjunta este ocaso con nuestra vista
y transforma nuestras palabras en baluarte de una vida.
Conjunto del presente cántico y nuestra futura poesía.

Píale Ixtacahuayo


La lluvia aquí lava las penas,
azota la melancolía con su frío de olvido,
los cerros con su verde vida absorben nuestros recuerdos profanos,
la vida ha tenido un curso tranquilo,
amparada por la lejanía de los ruidos;
el sol ha menguado no así el espíritu, el indomable coraje del alma, que hace que nos levantemos cada mañana. Creemos. Soñamos. Vivimos.

El mundo afuera nos espera, pero la vida adentro nos revela.

Los árboles
se
mezclan con las sombras y las luces,
creando un mar de vida,
las raíces que brotan de la tierra son columpios para niños y niñas,
se crean diversiones,
se pierden olvidos,
se llama al amigo
y
se muere el retiro;
los abuelos observan desde lejos, sus ojos cargan cascadas de rocío. Calido y desde adentro misterioso, antes agua, ahora humo, como la vida al convertirse en recuerdos de una vida en desuso.

Y de pronto la noche toca a la puerta, el cielo es ahora una larga manta de serenatas,
solo de vista;
cada punto a lo lejos creemos que es una estrella,
y nosotros al centro pensamos que
nos hemos convertido en la luna etérea,
¡Oh! Ojos míos,
¿Por que engañan a nuestros otros sentidos?, ni estrellas ni luna, solo granos de arena, que juntos forman la tierra más esplendida, más rica y nutritiva, donde sembrar esperanzas
es cosa de cada noche y día.

El manto de las serenatas es solo mi mano sobre mi cara, extensión de mi sueño o recuerdo de una hora lejana.

Otro glorioso día en el arroyo del tiempo,
el danzón interminable de la luna y el sol,
las miradas parpadeantes de estrellas,
el seguir de esas nubes coquetas,
la enseñanza de nuestros maestros se convierten ya en aprendizajes de nuestros pequeños traviesos.
La vida
que les espera
depende de ellos, piensa uno al terminar los juegos.

Nuestras esperanzas en los pequeños,
células de amor,
anhelos
y
corazón.

La vida
aquí nos invita
a su interminable colina, el aire rápido acaricia las yerbas, los sueños se convierten en estrellas, los anhelos en rápidas fotografías que desaparecen tras el sol y la luna.

Y somos todos, el sublime calor de un cuerpo cuando reposa en pensamientos.

Y cantamos, al igual que yo, todos, píale Ixtacahuayo.



Carlos Mario Cruz Ramírez

El sol nos besa


El sol nos besa.
Al mediodía nos besa.
Con su alegría se incrusta en nuestra boca
y se expande a través de
nuestros ojos y hasta la roca.

El sol nos besa.
Y su calor invade cada metáfora de nuestro ser.
Nuestros deseos enardecen el viento frio
del atardecer.

El sol nos besa.
Y nos ofrece cada día un nuevo día,
y cada noche un nuevo sueño
y cada minuto un nuevo beso.

Andando, el sol nos besa,
y su beso es rayo y trueno,
viaje y camino nuevo y viejo.
Su beso es silencio y sinfonía,
es alivio y picadura, omisión y cercanía.
Y como un amor que no se olvida
es entrega y despedida.  

           Creador por: Carlos Mario Cruz Ramírez