jueves, 2 de agosto de 2012

Píale Ixtacahuayo


La lluvia aquí lava las penas,
azota la melancolía con su frío de olvido,
los cerros con su verde vida absorben nuestros recuerdos profanos,
la vida ha tenido un curso tranquilo,
amparada por la lejanía de los ruidos;
el sol ha menguado no así el espíritu, el indomable coraje del alma, que hace que nos levantemos cada mañana. Creemos. Soñamos. Vivimos.

El mundo afuera nos espera, pero la vida adentro nos revela.

Los árboles
se
mezclan con las sombras y las luces,
creando un mar de vida,
las raíces que brotan de la tierra son columpios para niños y niñas,
se crean diversiones,
se pierden olvidos,
se llama al amigo
y
se muere el retiro;
los abuelos observan desde lejos, sus ojos cargan cascadas de rocío. Calido y desde adentro misterioso, antes agua, ahora humo, como la vida al convertirse en recuerdos de una vida en desuso.

Y de pronto la noche toca a la puerta, el cielo es ahora una larga manta de serenatas,
solo de vista;
cada punto a lo lejos creemos que es una estrella,
y nosotros al centro pensamos que
nos hemos convertido en la luna etérea,
¡Oh! Ojos míos,
¿Por que engañan a nuestros otros sentidos?, ni estrellas ni luna, solo granos de arena, que juntos forman la tierra más esplendida, más rica y nutritiva, donde sembrar esperanzas
es cosa de cada noche y día.

El manto de las serenatas es solo mi mano sobre mi cara, extensión de mi sueño o recuerdo de una hora lejana.

Otro glorioso día en el arroyo del tiempo,
el danzón interminable de la luna y el sol,
las miradas parpadeantes de estrellas,
el seguir de esas nubes coquetas,
la enseñanza de nuestros maestros se convierten ya en aprendizajes de nuestros pequeños traviesos.
La vida
que les espera
depende de ellos, piensa uno al terminar los juegos.

Nuestras esperanzas en los pequeños,
células de amor,
anhelos
y
corazón.

La vida
aquí nos invita
a su interminable colina, el aire rápido acaricia las yerbas, los sueños se convierten en estrellas, los anhelos en rápidas fotografías que desaparecen tras el sol y la luna.

Y somos todos, el sublime calor de un cuerpo cuando reposa en pensamientos.

Y cantamos, al igual que yo, todos, píale Ixtacahuayo.



Carlos Mario Cruz Ramírez

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