Un rayo de luz del jorongo naranja del sol en
el amanecer se estampaba sobre la pared de madera negra, húmeda y polvosa, que
era uno de las tres únicas paredes que constituía la casa aquella, la otra
pared era solamente un nailon azul amarrado de las vigas y las piedras del
suelo. En esa casa vivía don Zacarías con la familia de su nuera, su hijo se
había ido para el otro lado desde
hace cinco años y no se sabía nada de él, habían tenido tres hijos, el mayor
tenía 10 años e iba en quinto de primaria, los dos pequeños eran gemelos y
tenían cinco años. Por compromiso con su hijo don Zacarías se hacía cargo de su
nuera y sus nietos, aunque en un principio sintió renuencia, con el tiempo
llegó a querer a los niños. Debido a su edad don Zacarías ya no podía trabajar
en el campo, así que aprovechando que sabía tocar la guitarra, ganaba para el
gasto de la casa visitando las cantinas de la localidad, en donde cobraba cinco
pesos por canción; Hortensia, su nuera, completaba para la comida siendo criada
en la casa de don Bernardo, el cacique de la región, en donde más de una vez
sufrió el acoso del viejo rico. Felipe, el mayor de los hijos asistía por las
mañanas a la primaria a la que siempre llegaba tarde a pesar de vivir a una
cuadra de ella, era un chico de tez morena que se pronunciaba más debido a que
no se bañaba muy seguido, esbelto y con una panza ligeramente pronunciada; por
las tardes paseaba por el pueblo con su caja de bolear, trabajo de dónde sacaba
diez o quince pesos diarios. A pesar de contar con tres ingresos la familia
pasaba apuros económicos, que eran evidentes en la desnutrición de los chicos,
la voz melancólica de don Zacarías al cantar y el constante cansancio de
Hortensia, de la que recibía amenazas de despido en la casa del cacique.
La casa era de una sola pieza de tres metros,
el techo de lamina amenazaba con huir con cada ventarrón, sobre un colchón en
el piso que Hortensia consiguió dormían los tres niños, a su lado en un catre
dormía ella y en una hamaca con numerosas enmendaduras dormía el viejo
Zacarías, cada vez que se recostaba en ella, las maderas de las que estaba
sujeta crujía de tristeza y lloraba polillas.
Generalmente el primero en levantarse era don
Zacarías, iba al monte y traía palos secos que podía encontrar y acarrear, los
partía y los metía al anafre viejo que le habían regalado, hacía nacer la
lumbre cuyo calor despertaba al resto de la familia, Hortensia se levantaba con
el sueño a cuestas, le daba los buenos días al viejo con un beso cariñoso en la
mejilla y ponía un pocillo de metal con agua y café en el anafre, se peinaba un
poco y salía a comprar bolillo a la casa de don Teófilo el panadero, cinco
piezas de bolillo era todo lo que compraba y regresaba con la miraba vacía a la
casa donde sus hijos ya estaban despiertos y esperando el desayuno; una mesa
cuadrada de madera sucia y apolillada era el centro del universo que componía
el desayuno, cada quien tenía un vaso de plástico de un color diferente, para
don Zacarías una taza de peltre abollada, cada uno recibía su café como una
ceremonia, tomaba una pieza de bolillo y la comía remojada, generalmente las
primeras palabras de la familia por la mañana eran dichas por lo gemelos, que
siempre anhelaban más pan, recordaban aquella vez en que su abuelo fue
contratado para una serenata y hasta un pedazo de pollo comieron, los demás
reían con las ocurrencias de los niños y callaban melancólicamente.
Al terminar el desayuno la primera en partir
era Hortensia, se limpiaba lo mejor que podía, se colocaban una liga para amarrarse
el cabello, se limpiaba los zapatos y partía deseando un buen día a Felipe, su
hijo mayor y le pedía que no tuviera problemas en la escuela, a los gemelos que
se cuidaran y no hicieran travesuras y a su suegro que tuviera suerte con los
borrachos, pues en una ocasión, cuando le tocó una riña en una cantina llegó a
la casa con la cabeza sangrando. Hortensia caminaba a través del pueblo
saludando a sus conocidos, pero nunca deteniéndose a platicar, eso era algo que
siempre le había parecido raro a la gente del pueblo, ¡Ay vieja estirada, como es la amante de don Bernardo! Decía los
vecinos después de saludarla. En su trabajo sufría el constante abuso y acoso
del viejo cacique, nunca le permitió siquiera que la tocara y eso exacerbaba a
don Bernardo y enojado regañaba y le daba más trabajo a la pobre mujer, que
callada, para no perderlo, aceptaba casi cualquier arbitrariedad; es fácil, nadie tiene que saberlo, le
decía don Bernardo para tratar de convencerla y tener relaciones con ella, pero
ella siempre lo despreciaba, se hace del
rogar, pensaba el viejo, mientras ella se hundía cada vez más en el abismo
de soledad en que se había convertido su vida, pero tenía esperanzas en el
mañana y eso siempre le había mantenido en pie de lucha. Su trabajo consistía
en barrer y lavar la casa, ordenar los cuartos, lavar la ropa, sacar la basura,
sacudir el polvo de los muebles y hacer de comer.
Don Zacarías
se quedaba más tiempo en la casa, hacía un poco de limpieza, despedía a Felipe
que se dirigía a la escuela y se pasaba dos horas limpiando, afinando y
tallando su vieja guitarra, ¿Cuantas notas había nacido y muerto de la mano del
viejo en las cantinas malolientes e impúdicas del pueblo? ¿Cuántas palabras
entonadas habían salido de su garganta curtida por la vida? A veces no hablaba
en horas y se limitaba a observar a los gemelos revolcarse en la tierra, reía
cálidamente y continuaba con su labor, se despedía momentáneamente alrededor de
la una de la tarde, dejaba a los gemelos al cuidado de un viejo perro que
tenían; iba a ver a su nuera, quien le guardaba las sobras de comida de la casa
de don Bernardo, el viejo las tomaba y regresaba a su casa, le daba de comer a
los gemelos y a Felipe que ya había regresado, comía un poco, al terminar, le
daba unas indicaciones a su nieto mayor, tomaba su guitarra y salía a comenzar
su día laboral.
-¡Abue!
–Le grito Felipe- no te olvides, hoy a las cinco.
El viejo le sonrío y asintió con la cabeza.
Don Zacarías avanzaba enérgicamente, decidido, de cuando en cuando se acomodaba
el sombrero roído y el bigote canoso; comenzaba su faena asomándose a una
cantina, un asistente le reconocía y le gritaba.
-¡Zacarías! Pásale viejo ¡Te estábamos
esperando chirrión! A ver aquí están cinco pesos, échate la de La Ingrata, y su
respectivo pilón claro está, no te vas a negar, debes cuidar a tus clientes
Zacarías, sin nosotros ¿qué harías?
La penuria siempre era la misma, en ocasiones
por solo cinco pesos debía entonar dos o tres canciones, pero siempre que se
agarraba una moneda se persignaba con ella antes de meterla a su bolsillo;
cuando tenía fortuna permanecía toda la jornada en una sola taberna, pero
generalmente solo era los días de paga, la mayoría de los días se podía ver al
viejo caminar de un bar a otro para tratar de sacar lo más que pudiera para el
día siguiente; el promedio de ganancia del viejo era de treinta pesos diarios.
Por su parte Felipe se despedía de su abuelo
y sus hermanos alrededor de las ocho de la mañana, cargando su mochila polvosa
y agujereada llegaba a la escuela en menos de cinco minutos, se sentaba en la
butaca doble de madera donde compartía asiento con Genaro, el nieto de don
Rubén, la escuela representaba para él un lugar que lo alejaba momentáneamente
de la vida austera que llevaba, las clases le parecían sumamente motivadoras,
se había aprendido las tablas de multiplicar con una rapidez que lo llevó a
tener el aprecio de los maestros. En el recreo pocas veces salía a jugar con
sus compañeros, prefería quedarse en su pupitre releyendo los cuentos que
venían en su libro de español, le gustaba sentirse cómplice de las aventuras
que los protagonistas de los relatos vivían, sentía que podría participar y salir
victorioso de los problemas que hacían sufrir a los personajes, un pequeño
destello de luz en medio de toda la suciedad; sin embargó ese día fue
diferente, una voz le hablo desde la ventana.
-Pipe, vente a jugar.
Felipe guardo cuidadosamente su libro y salió
corriendo siguiendo a su amigo, llegó a un grupo que se dividía en dos.
-Pipe se va a nuestro equipo –dijo Julio-, la
base es el poste, no vale irse hasta la casa de doña Chepita ni para la calle…
-Se les fue Pipe, les toca a ustedes
perseguir –dijo un contrario-.
-Sale pues, contamos hasta diez.
-Hasta veinte qué.
-Hasta quince y ya.
Felipe era codiciado en este tipo de juegos
por que era uno de los más rápidos, solo después de Genaro, a él no le gustaba
correr mucho, porque ello le provocara que tuviera hambre y nunca llevaba
dinero para comprarse algo, sin embargo no deseaba enemistarse con sus amigos,
ya era suficiente el no poder compartir con ellos después de clases. Al
terminar el día escolar el director reunió a la toda la escuela en el patio.
-¡Atención! Niños ¡Niños!...Bien, recuerden
que hoy a las cinco de la tarde en punto será la rifa, el que no esté presente,
en caso de ganar, no recibirá el premio. Recuerden que deben traer su boleto
¿bien? De acuerdo, pueden retirarse.
-¡Hey Pipe! –Le hablo Chucho- vamos a ir a la
casa vieja a cortar mandarinas
¿vienes?
-No puedo, Chuchín, tengo que hacer.
-Órale pues, nos vemos en la tarde.
-Ahí me traen unos capulines y unas
mandarinas para mi mama.
Felipe llegó a su casa, generalmente veía a
sus hermanos solos, al poco tiempo apareció su abuelo con un poco de comida y
tomaron los alimentos juntos; su abuelo partió llevando su vieja guitarra con
rumbo a su trabajo, el muchacho lavó los platos sucios, mientras sus hermanos
barrían la casa como podían; al terminar, Felipe tomó su caja de madera para
bolear y revisó que todo estuviera ahí, la grasa, el jabón, la tinta, el
cepillo y el trapo, la levantó, llamó a su hermanos y partieron juntos hacia el
centro del pueblo, caminaba llevando su caja con una mano y con la otra guiando
y cuidando a sus hermanos, ¿grasa señor?,
repetía a todo al que le viera zapatos, la mayoría de las veces la respuesta
era un no, pero en las ocasiones que
la respuesta era afirmativa trataba de hacer su mejor trabajo mientras de reojo
vigilaba que los gemelos no se alejaran mucho, en ocasiones tenía que llamarles
la atención; por cada boleada el muchacho cobraba tres pesos, al día, si
disfrutaba de suerte ganaba quince pesos. Patrulló el centro del pueblo sin
mucha fortuna, en una tienda vio que eran las cuatro con veintisiete minutos de
la tarde, vámonos, les dijo a los
gemelos y tomaron rumbo para su casa, llegaron minutos después, dejó su caja y
se fueron a la escuela.
El lugar estaba vacío, a excepción del
conserje que estaba preparando los altavoces para el evento; la ceremonia que
se estaba preparando consistía en la rifa de una mochila, que contenía todos
los útiles escolares necesarios para un año de clases, entre cuadernos,
lápices, lapiceros, gomas de borrar, sacapuntas, juegos de geometría, pinturas,
lápices de colores, hojas blancas y de colores, papel china, cartulina,
marcadores, un uniforme escolar nuevo y una beca de inscripción. Felipe había
logrado comprar el boleto gracias a que había ahorrado desde que se anunció que
se iba a llevar a cabo la rifa; con deudas contraídas, problemas económicos, y
sus dos hermanos menores en edad para entrar a la escuela su madre le había
dicho que ya no podría inscribirlo para el siguiente año, a pesar de enojarse y
entristecerse entendía perfectamente el motivo de la decisión, el ya sabía
leer, escribir y hacer cuentas, sus hermanos necesitaban eso y los ingresos de
la familia no daban para tener a los tres en las clases, el premio constituía
una luz de gloría y sueños que podrían realizarse, que le permitiría terminar
sus estudios primarios y darle una año más de esfuerzo y esperanza.
Poco a poco la gente comenzó a llegar, niños
solos, con sus padres o con sus hermanos, Felipe volteaba para ver si alcanzaba
a distinguir a su madre y a su abuelo, a lo lejos vio la figura encorvada del
viejo guitarrista acercarse, el muchacho levantó la mano indicando su posición,
don Zacarías se acercó a él, los gemelos tomaron el sombrero del viejo y
comenzaron a jugar.
-¿No ha llegado tu mama? –Le preguntó–.
-No abue,
no la he visto.
-A ver si don Bernardo le dio permiso de
venir.
Don Zacarías no había tenido mucho trabajo,
llevaba en su bolsillo solo diez pesos además de una sarta de vejaciones y
groserías; desde hace tiempo se sentía cansado y agobiado, pero su aceptación
natural al destino no lo hacía pensar mucho en su condición, a pesar de estar
ya demasiado viejo seguía trabajando como cuando era joven; desde hace tiempo
sentía la presión de las reumas en sus piernas regías, pero no se daba el lujo
de aceptarlo.
-¡Ahí viene! –El viejo volteó a donde
señalaba el chico y vio a su nuera que caminaba más pensativa de lo normal-.
Hortensia caminaba más que pensativa
agonizando mentalmente, una hora antes había tenido una plática con don
Bernardo:
-Don Bernardo, ¿puedo hablar con usted?
-Dime Hortencita, para que soy bueno –el tono
del viejo auguraba otro próximo acoso-.
-Es que…yo…quería pedirle un préstamo.
-Aja –una sonrisa se comenzó a dibujar en el
rostro lascivo del viejo-.
-Es que…no sé nada de mi marido, mi hijo
mayor quiere seguir estudiando pero tenemos deudas, pero ya saldándolas podría
apoyar a mi hijo y a mis gemelos que ya mero entran también a la escuela;
además, el no me lo dice pero veo que mi suegro está enfermo…
-Aja, ya veo.
-Yo se que usted es muy bueno don Bernardo,
me lo dice la gente a diario, que tengo mucha suerte de trabajar para una
persona tan buena como usted, no es mucho lo que necesito y puede cobrarme los
intereses que cobra a las demás personas…
-Mire Hortensia, si usted quisiera yo la
podría sacar del basurero en donde vive…
-Gracias don Bernardo, pero no le estoy
pidiendo eso, no quiero ser una carga para nadie, lo único que quiero es un
poco de su generosa ayuda.
-Está bien, está bien Hortensia, casi nunca
he podido negarle algo a una mujer.
-¡Gracias don Bernardo!, ¡Muchas gracias!
-Pero ya sabes que quiero de ti Hortensia.
-¿Qué?
-Lo que escuchaste mujer.
-Ay don Bernardo pero como se le puede
ocurrir que yo pueda hacer eso, ¿Qué va a pensar la gente?
-Qué piensen lo que quieran, la que va a
ganar eres tú.
-No don Bernardo, tendré necesidad pero no
puedo hacer eso.
-Pues…-el viejo estaba evidentemente molesto,
impotente pues Hortensia había sido la única mujer que no podía doblegar- pues…
¡más necesidad tendrás! Porque no puedo prestarte ahora.
-Pero don Bernardo…
-¡Ya te dije que no puedo prestarte mujer!
¿Quieres algo más? Pues vete, órale, nomas me haces perder el tiempo, da
gracias a Dios que soy bondadoso y no te corro.
Tal era el problema que Hortensia venia meditando,
sus pensamientos nublados por la preocupación no le permitieron ver a sus hijos
y suegro hasta que estuvo a escasos metros.
-¿Ya comenzó? –Le pregunto a su hijo-.
-En un ratito más…ahí viene el director, creo
que ya va a comenzar.
El gordo director de la primaria se acercó a
unos maestros cerca del micrófono, platicó unas cosas con ellos, se rió
burlonamente y se acercó al altavoz, miró expectativo a la multitud de madres,
padres, tíos, madrinas, hijos, sobrinas, primas y entenados. Con voz gruesa y
ronca les hablo.
-Buenas tardes a todos… ¿se escucha?, ¿Si?,
bueno…Buenas tardes a todos, gracias por venir, el día de hoy a las cinco de la
tarde…he…casi en punto, se hará la entrega del único premio para el que salga
sorteado de la rifa que se llevara a cabo. Como tal vez ya sepan, y si no pues
le explico, desde hace tres semanas, los boletos estuvieron a la venta en la
dirección, se mostró en cada salón el premio; a este, por parte de la
presidencia municipal, a quien agradecemos en nombre del licenciado Martínez
aquí presente, añadió hace una semana un uniforme nuevo y una beca de
inscripción para el siguiente curso escolar; quiero hacer el anuncio que el
licenciado Martínez, en nombre del señor presidente municipal, extendió la beca
de inscripción a todos los hermanos del ganador o ganadora, ¿de acuerdo? Bueno
vamos a comenzar, ¿Cuál será la mecánica? Bueno tenemos a la maestra Elena para
que nos explique eso, maestra.
-Gracias señor director, bueno, en esta caja
se han puesto todos los boletos, se sacaran cuatro nombres que será eliminados,
el quinto será el ganador, en caso de no encontrarse se procederá a sacar otro
hasta que se halle presente el estudiante o persona elegida, ¿bien? ¿Alguna
duda?
-Gracias maestra Elena, bueno, procederemos a
sacar los nombres, cada maestro sacara un boleto, se leerán, el boleto ganador
será elegido por el licenciado Martínez. Comencemos, el primer nombre por
favor.
Hortensia seguía sumida en su penuria
interna. Los ojos de don Zacarías se mostraban como de costumbre, resignados al
paso del destino. Los gemelos no dejaban de jugar alejados de los peligros de
la vida cruel que en unos años tendrían. Felipe apretaba la mandíbula, su
corazón aumentó su ritmo de latidos, una opresión le aplastaba el pecho y hacia
difícil y dolorosa su respiración, deseaba tanto ganar, pero en el fondo
comenzaba a brotar ese sentimiento de derrotismo que lo cubría día y
noche.
-Juan Fernández, eliminado –comentarios de
reproches al fondo-.
-Carlos Mora, eliminado… ¿no está? Bueno, le
avisan –risas nerviosas en toda la multitud-.
Para muchos el premio representaba una buena
ayuda, la economía anda mal, decía
unos, así va a quedar más para las “frías”,
decían otros.
-Federico Aguilar, eliminado.
-Gustavo Cortes, eliminado.
Próximo a salir el ganador Felipe más sentía
oprimido el pecho con el sentimiento de derrota anticipado, se imaginaba a su
madre regañándolo por comprar el boleto, cuando pudieron haber utilizado ese
dinero en otras cosas.
-Bien, aquí va el ganador, licenciado, nos
hace el honor…muchas gracias, bueno, para que no le digan y no le cuenten el
ganador es…alguien más tiene frio –abucheos al fondo por la mala broma del
director- ya va, ya va, el ganador, de la mochila, todo su contenido, el
uniforme y las becas de inscripción es…Genaro López.
La impotencia se apodero de las manos de
Felipe, sus ojos se tornaron vidriosos cuando escuchó un chasquido proveniente
de la boca de su abuelo, dio la vuelta para irse por su caja de bolear, si se
daba prisa podría sacar algunos pesos más, por las noches siempre tenía menos
clientes.
-Genaro López… ¿no vino?… ¿no?, el siguiente
licenciado.
Felipe volteo y sin regresarse a su posición
escuchó atentamente.
-Julio Pereira… ¿tampoco está?, pues ¿Qué
nadie vino?
-Ya mejor denme el premio a mi –se escuchó a
un costado, seguido de risas-.
-Otro boleto licenciado…haber, haber si esta…
¿Felipe Acosta?…Felipe Acosta, ahí está, ya lo vi, niño levanta la mano, ven
por tu premio, ándale.
Felipe avanzó tratando de contener su
sonrisa, había alcanzado la luz que buscaba, pero no iba a dejar que nadie más
lo supiera, ese era un deleite que solo él podría disfrutar. Hortensia despejo
su cabeza cuando creyó escuchar el nombre de su hijo como el ganador; de pronto
el día tenía un tono azul y blanco, lo que tenían ahorrado para la inscripción
y útiles escolares de los gemelos lo podría usar para saldar las deudas, una
lágrima broto de su ojo izquierdo y rápidamente se la quitó con su mano
derecha, mientras sentía un deseo de aplaudir y brincar que tuvo que contener.
Don Zacarías no sabía que pensar o hacer, la vida le acababa de dar una lección
de esperanza y oportunidad; desde pequeño nunca había esperado nada que no
pudiera conseguir por el esfuerzo de su cuerpo, que sin embargo debido a su
poca visión y conformismo, no le había dado grandes beneficios, ahora, parecía
que el destino finalmente le había dado un obsequio, una ocasión para olvidar
momentáneamente sus problemas sin tener que envenenar su cuerpo y espíritu.
Felipe llegó hasta donde recibiría su premio, de la mano del licenciado, quien
para la foto tuvo que abrazar al muchacho; gustoso, el chico dejó que le
pusieran la mochila que lo obligaba encorvarse para poder aguantarla. Después
de eso los asistentes comenzaron a dispersarse, los maestros se retiraron
aunque no tan rápidamente como el licenciado, Felipe regresó con su familia,
sus hermanos tomaron el uniforme ganado, su abuelo, con una amplia sonrisa se
colocó la mochila al hombro y su madre, como muy pocas veces pasaba, lo tomó
entre sus brazos y lo abrazó cálidamente, durante un buen rato. Poco después la
familia se dirigía a su casa disfrutando
de su fugaz felicidad, felicidad que era la posible puerta para mejores cosas o
simplemente un día feliz entre tantos grises, dependería de ellos. Por mientras
al llegar a su casa, los gemelos y Felipe comenzaron a sacar y ver el contenido
de la mochila, Hortensia le dio un poco de dinero al viejo Zacarías para que
fuera a comprar medio pollo rostizado, se despidió alegremente y regresó a su trabajo
con otra expresión en el rostro, ahora miraba el cielo del atardecer, al llegar
se encontró con don Bernardo en la cocina.
-¿Has reconsiderado mi oferta Hortensita?
Porque sinceramente te conviene y mucho.
-Gracias don Bernardo –dijo Hortensia con aire
triunfal- pero ya no necesito el dinero, pero gracias de todos modos.
-Bueno, cuando lo necesite ya sabe –el rostro
del viejo cacique había cambiado totalmente, de un gusto macabro a un coraje
mal soportado, sin embargo sin más se retiró a la sala-.
Hortensia hizo los quehaceres que le
faltaban, a punto de terminar llegó don Teófilo el panadero queriendo hablar
con don Bernardo.
-Buenas noches Hortensia, se encuentra su
patrón.
Hortensia condujo a don Teófilo hasta la
sala, posteriormente recibió la orden de partir, llegó a su casa ya entrada la
noche, la esperaban Felipe y don Zacarías, los gemelos llevaban ya un buen rato
dormidos.
-¿Cómo te fue hija? –Le preguntó el viejo-.
-Bien abuelo, muy bien.
-Ma,
te guarde la pechuga porque sé que te gusta.
-Gracias hijo, ya vete a dormir que mañana
vas a la escuela. Usted acuéstese ya abuelo que la trae atrasada.
Hortensia comió silenciosamente, miraba a
Felipe acomodarse en el colchón, escuchó el rechinar de la madera al recostarse
don Zacarías, terminó su cena y se recostó en el catre y trató de dormir.
Un rayo de luz del jorongo rojo del sol en el
amanecer se estampaba sobre la pared de madera negra, húmeda y polvosa; adentro
Felipe, Hortensia y don Zacarías no habían dormido en toda la noche y el sol
los encontró con el espíritu dispuesto a aprovechar la oportunidad que se
habían ganado.
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