La hija de Teófilo el panadero se casaba, la
noticia ya había cundido por todo el pueblo,
¿Quién enganchó a la chamaca? Decía una persona, y otra le contestaba, Pedro Ramos, ¿¡Pedro Ramos!? Respondía
sorprendido a más no poder. La confusión resultaba de las partes que integraban
la unión aquella; la hija del panadero, Felicia era una muchacha de 18 años, de
familia sumamente humilde; su padre a duras penas sacaba para el gasto con la
venta de pan, el cual ofrecía por las tardes de casa en casa, sin embargo la
muchacha tenía algo que la hacía distinta, pelo castaño teñido desde hace tres
años de rubio, ojos claros, brazos menudos, cintura corta, piernas largas,
cuerpo totalmente desarrollado, exuberante y de ropas livianas que le gustaba
mostrar en el parque por las noches. Pedro Ramos, hijo de don Bernardo, el
hombre más rico de la región, era un muchacho de 20 años, a duras penas terminó la secundaria y eso
había sido porque su papa había sobornado a las autoridades correspondientes
para que aprobara los cursos, le gustaba emborracharse y se ufanaba de poder
conseguir cualquier cosa que deseaba; desde hace un tiempo ansiaba a Felicia y
apoyado con su dinero convenció a la chica y a su familia de aprobar la unión.
Cuando Pedro le contó a su padre sus planes este se opuso indignado, pero la
legendaria terquedad del joven hicieron sucumbir, como siempre, a don Bernardo.
La reunión de las familias había resultado cómica y dramática, por un lado el
panadero Teófilo, su mujer y su hija, los señores con una cara de sumisión
agradecida inquebrantable y Felicia con una mueca de triunfo sobre el destino;
Don Bernardo con expresiones irritadas e indignadas, su hijo con un destello de
egoísmo triunfal que trascendía el día. El asunto quedaba bastante claro, don
Bernardo pagaría todo lo concerniente a la boda, don Teófilo buscaría padrinos
para aparentar su parte.
Don Teófilo quería invitar a todo el pueblo,
que todos se enteraran de su enorme suerte; todos querían ser los padrinos, chupe gratis a morir, pensaban todos,
sin embargo el panadero deseaba cierta
legitimidad, y nadie más para el papel que el viejo Rubén, hombre apreciado y
respetado por todo el pueblo. En cuanto pensó en don Rubén supo que el viejo no
se negaría así que lo esperó en la mañana a que pasara, al verlo, salió a su
patio y le habló.
-Oye Rubén –le habló el panadero- quiero
hablar contigo de algo.
-¿Qué paso Teófilo? ¿Pa qué soy bueno?
-Oye mira, es que, no sé si sepas que mi hija
se va a casar…
-Ah, no sabía.
-Bueno, te aviso y te invito ahorita, se va a
casar pal mes que viene, con el
Pedro…
-¿Pedro? ¿El hijo de don Bernardo?
-Ese mero y pues…
-¡Uy Teófilo!, con quien fuiste a juntar a tu
hija, ese muchacho no le conviene, se emborracha a cada rato, no estudió y para
acabarla es bien mujeriego, seguido lo veo en el aguacate dizque platicando con
puras chiquillas.
-Bueno Rubén, nadie es perfecto, el chico
tendrá sus cosas, pero tiene el recurso necesario para mantener a una familia…
-Dirás que su papá tiene el recurso para
mantener a cuantas familias quiera.
-Ta
bien Rubén, lo que sea, los chicos están enamorados y se quieren casar y lo
único que quería pedirte es que fueras el padrino de mi hija.
-Con gusto Teófilo –dijo no muy convencido el
viejo-, pero sabes como es mi situación ahorita, la cosecha aún está lejos y mi
última vaca la vendí hace tres meses.
-Tú no te preocupes Rubén, don Bernardo se
hará cargo de todo, solo quiero que apadrines
a mi chamaca, no tienes que dar ni poner nada.
-No estoy de acuerdo con la unión Teo, pero
te estimo mucho, será un honor ser el padrino.
-Pues gracias Rubén, te lo agradezco, luego
pasas para que te digamos bien como va a estar el asunto.
-Órale pues, luego nos vemos, adiós.
El
viejo Rubén apadrinara a mi hija, pensó feliz
Teófilo. Feliz porque su hija viviría una vida de abundancia y gloria, ella les
podría ayudar para construir una casa, poner una gran panificadora y entonces
tendría la vida echa, sin ningún problema más que pensar en que gastar su
dinero; siempre había aceptado su destino de trabajar con esfuerzo, sus manos
proveerían de sustento a su familia y de todo lo que necesitasen, pero al tener
siete hijos y que su hija mayor tuviera la suerte, pensaba él, de conocer a
Pedro, su razonamiento había cambiado a un por qué no, egoísta y sin sentido,
un hombre cansado y decepcionado que abraza lo que piensa que es su única
esperanza.
Por su parte Felicia sentía una felicidad
hueca, algo había en su alma que no le agradaba sentir, ¿Por qué ese
sentimiento de angustia rondaba por su cabeza ahora que iba a tener todo lo que
siempre soñó? Tratando de alejar ese pensamiento presumía su unión con
cualquiera, mejor si nunca le había agradado, como a Karla, de quien le
fastidiaba que siempre tenía razón, siempre sacara buenas notas en la escuela y
parecía estar feliz con su vida y el destino que había trazado, se la encontró
cerca de la “y griega” (una bifurcación de la calle principal en dos calles
secundarias, ya casi en las afueras del pueblo), Karla iba pensando quien sabe
que cosas y Felicia vio la oportunidad de presumirle su situación.
-¡Karlix, Karlita! -Felicia abrazó a Karla-.
¿Cómo estás amiga?
Karla estaba desorientada, Felicia nunca
había sido su amiga, la saludaba por respeto, pero nunca habían tenido una
plática de más de tres frases, titubeante le contesto.
-Pues…bien ¿y tú?
-¡Ay! Pues muy bien, más que bien estoy que
brinco de felicidad, me voy a casar.
Más desorientación, Felicia tenía casi la
misma edad que Karla.
-¿A…ah sí? Felicidades, y…¿Quién es el
afortunado? –Sin querer esta última pregunta salió cargada de sarcasmo, aunque
afortunadamente Felicia no se dio cuenta-.
-Pedrito, el hijo de don Bernardo…
-¿Pedro? –la desorientación llego a su
límite, a pesar de no tener buenas relaciones con Felicia, Karla nunca le deseo
estar con alguien como el hijo de don Bernardo, dueño de una camioneta cuatro
por cuatro que por las noches presumía por todo el pueblo, casi todos los días
se le veía borracho y con alguna chica dentro de su camioneta.
-¡Sí! Pedro Ramos, ¿te imaginas como será mi
vida?
-Claro que si, ¿Quién que conozca a Pedro no
se imagina eso?
-¡Ay sí!, y estas invitada por supuesto
¿he?...
-Gracias.
-Ay amiga, pues te dejo, tengo un montón de
cosas que hacer y pensar…
-Adiós, espero que piensas las cosas
correctas, nos vemos.
Felicia camino feliz a su casa, pensando que
Karla se iría muriendo de envidia, llegó a su domicilio y todos le trataban
como una reina coronada para la feria del pueblo, en la que por cierto ya había
sido galardonada; en un acto de suprema humildad se propuso para ir a comprar
la levadura para el pan que prepararía su papá, el cual sería especial pues era
un regalo para don Bernardo; para comprar la levadura debía viajar hasta la
ciudad, por lo que se arreglo, fue a la parada del autobús y se dirigió animosa
a su destino; llegando a la ciudad ya sabía a dónde dirigirse, compró el
material y estuvo paseando por el lugar, vio vestidos de novia, recuerdos de
fiesta y zapatos varios. La felicidad tocaba vehemente su pelo y ella reía para
sus adentros, veía de reojo a las parejas que se encontraba y mentalmente
presumía su pronto destino. Regresó al pueblo cerca de las ocho de la noche, en
el autobús iba sentada al lado de la ventana, observando el monte y los
poblados al lado de la carretera, a casi veinte minutos del pueblo el autobús
hizo una parada, una calle de terracería se desprendía de la carretera, a los
lados varias casitas de madera y palma; a diez metros hacia el poblado Felicia
vio una camioneta muy conocida, era la de su prometido, ¿Qué está haciendo
aquí? Se preguntó, al poner mayor atención vio su silueta en el lado del
conductor, podría distinguir su figura en cualquier lado y a cualquier
distancia, de pronto la silueta de Pedro se inclinaba a su derecha y pegaba su
cabeza a otra silueta en el asiento del copiloto, no tuvo que ver más ni tratar
de adivinar que pasaba al interior de la camioneta, sabía perfectamente que
acciones se vivían.
Su rostro enjuto no concordaba con la felicidad
que prodigaba horas antes; bajó del autobús una vez hubo llegado al pueblo, con
el rostro ligeramente cabizbajo, las pupilas temblorosas, las manos sudadas, el
cabello opaco, la gente la saludaba y la felicitaba y ella se limita a sonreír
mecánicamente; llegó hasta su casa, entró con las lagrimas a punto de brotar en
una erupción de melancolía y tristeza abundantemente necesaria, su familia
estaba cenando y la saludaron efusivamente, ella los ignoró completamente y se
dirigió al dormitorio, entró y su llanto emanó como emana el rio de la montaña,
silencioso y constante, pequeños y quedos sollozos que sin embargo llegaban
hasta su familia, don Teófilo miró a su esposa y extrañado se levantó y fue
hasta con su hija.
-¿Qué pasa niña?
-Lo vi papa, lo vi –dijo Felicia cortando su
llanto-.
-¿A qui…? –Don Teófilo no terminó la pregunta
pues se dio cuenta de a quién y a que se refería su hija- ¿Dónde?
-En Pueblo
Viejo, no sé con quién estaba, pero estaba con alguien, la beso, ¡la beso
papá!- la muchacha levantó la mirada y fijó sus ojos vidriosos en su
progenitor, quien no podía verla de frente-.
-Trata de entender hija…
-¿Qué entiendo papá? ¿Qué entiendo?, ¿Qué
siempre voy a tener que aguantar sus porquerías? ¿Qué no voy a poder tener un
marido fiel? ¿Qué papá, qué? Dime
-Es un hombre hija, tiene necesidades, en este
momento tú no puedes brindarle lo que necesita, pero otras personas sí; ellas
no se van a casar con él, tú sí, tu tendrás a sus hijos y ellos tendrán su
apellido, su herencia, es difícil y será difícil, pero debes tener en cuenta
por qué lo haces, no quieres que tus hijos vivan mi vida o la tuya.
-No sé papá…me siento confundida…-dijo
Felicia aún con lagrimas en su rostro-.
-Claro que estas confundida, es lógico, pero
debes ser realista, el no es como todos los demás que te han pretendido, tu
vida mejorará considerablemente, serás una mejor persona, ya no te trataran
como una don nadie, serás alguien importante en el pueblo y podrás ayudar a tu
familia y a quienes lo necesiten.
-Me arden los ojos…quiero dormir.
-Duerme m´ija,
duerme, mañana estarás más despejada y te sentirás mejor.
Don Teófilo regresó con su esposa, pero no
quiso contarle de la amarga experiencia de su hija, así que le mintió;
disculpándose tomó su gorra y salió con rumbo a la casa de don Bernardo Ramos a
la que llegó minutos después, la criada lo hizo pasar hasta la sala, donde el
viejo rico estaba leyendo un periódico.
-Don Bernardo, buenas noches.
-¿Qué paso Teófilo? –Preguntó ásperamente-
¿Qué quieres?
-Quiero platicar con usted de un asunto
delicado.
Don Bernardo suspiro comprensivo.
-Está bien, te puedes retirar Hortensia.
Siéntate Teófilo…gracias las del mono. ¿Qué pasó?
-Hace rato mi hija fue a la ciudad a hacerme
el favor de comprarme levadura…
-¿Y eso a mí que Teófilo?, no porque mi hijo
le hará el favor a tu chamaca ya tienes que venir a contarme cualquier
estupidez.
-No es eso, don Berna, déjeme terminar.
-Está bien. Síguele y mi nombre es Bernardo,
no Berna, no somos iguales.
-El caso es que al regresar vio en Pueblo Viejo a su hijo, Pedro, en su
camioneta con otra mujer…
-Por favor Teófilo, ¿por eso vienes a
molestarme?, es un chamaco, no esperaras que mi hijo le sea fiel a tu hija o
¿sí?, hay niveles Teófilo, deberías mejor venir a agradecerme por permitir y
pagar la boda…
-Estoy agradecido don Bernardo, pero
comprenda que la gente puede hablar, por favor dígale a su hijo que tenga
cuidado, que piense en Felicia…
-¿Qué quieres que piense? Tu chamaca debería
estar feliz porque la vamos a sacar de pobre, y en una de esas hasta tu mismo
te beneficias.
-Pero don Bern…
-Mira Teófilo, te lo voy a dejar claro, deja
de estar con estas tonterías, es un juego de chamaco, su despedida, solo se
está divirtiendo. Si quieres que esto continúe pórtate como hombre y controla a
tu hija, que la que va a salir con mayor ganancia es tu familia. Ahora déjame
en paz, me has echado a perder la noche…no Teófilo, no. Vete, si, si, si,
buenas noches también. Adiós.
Don Teófilo recorrió amargamente las calles,
se detuvo un momento en el mercado, donde estaba el sitio de los taxis, algunos
taxistas lo reconocieron y lo felicitaban diciéndole que se acordara de ellos
cuando fuera rico, el panadero solo se limitaba a reír melancólicamente; al
observar que en ese lugar no encontraría la paz que necesitaba para pensar se
dirigió a su casa lentamente, llegó y sus hijos ya estaba durmiendo, su esposa
lo esperaba con una taza de café de olla en el comedor; se sentó pesadamente,
tomó la mano de su mujer y una lagrima rodó por su mejilla y cayó en la mesa,
su esposa le tomó por la nuca y le revoloteo sus cabellos entrecanos.
-Sabrás que hacer Teófilo, lo sé.
La esposa del panadero se levantó y se fue a
dormir, don Teófilo se quedó sentando con la mirada clavada en la pared,
tratando de entender y hacerse comprender, permaneció en el lugar hasta cerca
de la media noche.
El sol abrió la mañana, luciendo un jorongo
rojo dio la bienvenida al nuevo día, Felicia se despertó estirándose, se
levantó y salió al comedor, vio a su padre y a Pedro sentados tomando un café,
al verla don Teófilo se levanto sonriendo y le dijo.
-¡Hijita! Mira quien está aquí, vino desde
tempranito por que deseaba verte.
La muchacha vio a
Pedro, quien le devolvió una sonrisa amplia. La chica sonrió alegremente.